
Dejamos las cosas en el hotel y salimos para dar un paseo y conocer la cercana abadía por la que aquel pueblecito era conocido en todo el país.
Durante la visita escuchamos los ensayos de una orquesta de cuerda que tocaba algunas partituras clásicas, desconocidas para nosotros. Aquel lugar parecía mágico, y sentí como el dulce sonido de los violines me envolvía y me transportaba a otra época. Todos estuvimos de acuerdo a la hora de decidir que el concierto, previsto para esa noche, valdría la pena.
Regresamos a nuestro pequeño hotel para cenar y cambiarnos de ropa, y volvimos hasta la abadía un rato antes de que comenzara. Durante el camino, cansada ya de esperar y con la certeza de que, de nuevo, evitarías hablar sobre el tema, decidí planteártelo.
Permanecimos a solas durante unos minutos, apoyados en un viejo muro, bajo la luz del atardecer, mientras los demás entraban para buscar un sitio privilegiado desde el que disfrutar de la música.
Te pregunté a bocajarro - ¿Por qué no me enviaste la carta…? Estuve esperando hasta el último momento.
-Porque cambié de opinión- Respondiste, con el cuerpo tenso por mi pregunta, pero la voz tranquila y controlada, como de costumbre.
- ¿Y por qué cambiaste de opinión?
Y de nuevo, vacilación, duda, y silencio por toda respuesta.
Creo que en aquel momento debí mirarte con los ojos rebosantes de tristeza y decepción, porque no consentiste en dejarme sola aunque te lo pidiera. Te miré durante unos segundos, que se hicieron eternos, observando llena de dolor la angustia que delataba tu garganta al tragar y tu respiración fuerte y agitada, presagio de que, sin lugar a dudas, no hablarías. Al menos en aquel momento.
Volví a pedirte que entraras para reunirte con nuestros amigos y me dejaras a solas. Estaba llena de rabia y necesitaba descargarla, pero no hubo forma de alejarte de mi. Aún ahora me pregunto por qué lo hiciste. ¿Te sentías culpable por que me estabas viendo sufrir? Quién sabe...
Finalmente entramos en la sala donde tenía lugar el concierto y nos sentamos. Inmediatamente, con la certeza de que no me seguirías, me alcé de mi asiento y salí fuera, buscando el aire que faltaba en mis pulmones.
Entré nuevamente antes de que comenzara el concierto, y tú, en tono casual, con una sonrisa, me dijiste –Una señora ha querido sentarse en tu asiento y le he dicho que estaba ocupado-.
-Ah, pues podías haberle dicho que se sentara. Igual así habrías tenido la oportunidad de conocer a alguien interesante, ¿no?- Respondí yo, con una sonrisa en la cara también amable, aunque irónica.
- ¿Por qué tienes que usar el sarcasmo de esa forma?-
-¿Sarcasmo? ¿Quién ha usado el sarcasmo? ¿Has buscado alguna vez lo que significa la palabra “sarcasmo” en el diccionario?
Me miraste con los ojos entrecerrados, claramente irritado, como nunca te había visto. No respondiste a mi pregunta.
-El sarcasmo es una burla cruel. ¿Quieres explicarme donde está la burla cruel en lo que te he dicho? Porque si de verdad es así yo no lo veo- (ni la veía entonces, ni la veo ahora. Yo sentí que hablaba con ironía y con amargura, no con sarcasmo).
No me respondiste. La música empezó a sonar y permanecimos en silencio durante el resto de aquel magnifico concierto que logró emocionarme, a pesar de todo, a pesar de ti. Elegí mi castigo, aunque de forma no consciente, porque no te miré ni te dirigí la palabra hasta que llegó a su fin.
Al salir, decidiste permanecer rezagado, fotografiando las estrellas de un cielo abierto y espléndido como no veíamos desde hacia años. Llegamos al hotel y yo me quedé un rato a solas, junto al río que rodeaba aquel apacible pueblecito, percibiendo apenas el suave movimiento del agua que me engañaba con su aparente quietud, en la oscuridad de la noche.
Cuando subí a la habitación descubrí que habías apagado la luz, dispuesto a zanjar el tema con un largo sueño.
Juro que lo intenté. Me mordí la lengua con todas mis fuerzas, y me giré dispuesta a dormir en un ángulo de la cama. Pero después de un largo rato, de nuevo, mi impulsividad me llevó a hablar… Repentinamente, sin pensarlo, me incorporé bruscamente en la cama, llena de rabia, y exclamé:
- Esta vez no me da la gana de que vuelvas a salirte con la tuya. Me debes una explicación.
…
Primero me dijiste que no habías sido totalmente honesto conmigo. Yo te dije que todo había quedado claro, pero tuviste que insistir, para luego no explicarme nada. Cuando me dijiste que habías pensado en escribir una carta pensé que era una idea estupenda, aunque no le di demasiado crédito. Hasta que me dijiste que la estabas escribiendo. Entonces pensé: ¿será posible que de verdad sea capaz de hacer este gran esfuerzo por mí y enviármela? Cuando me enviaste aquel mensaje diciéndome que estaba terminada, y que me la harías llegar antes de que nos viéramos, comencé a creerlo de verdad. Estuve tranquila durante los primeros días, hasta que se acercó el momento de tu partida y fui consciente de que al final volverías a fallarme. –
- ¿Por qué eres tan dura conmigo?- Exclamaste, interrumpiendo mi intenso discurso.
- ¿Y tú no lo has sido conmigo? ¿Puedes imaginar ni siquiera de lejos la desilusión y la tristeza tan profunda que sentí cuando me di cuenta de que te habías marchado y no me la habías enviado? ¿Puedes siquiera imaginar lo mucho que lloré? (En aquel momento noté como tu rostro se contraía levemente a través de la penumbra que envolvía la habitación) Y te juro que no esperaba nada del contenido, no pensaba que fuese nada realmente importante. No esperaba nada de ti como hombre en esta ocasión, me fallaste como persona y como amigo.
- ¿Pero por qué eres tan dura conmigo?- De nuevo, la misma pregunta –Si no esperabas nada, porqué actúas así?-
- Porque me lo habías prometido, porque lloré como una niña, porque confié en tu palabra, porque me daba igual lo que sea que tuvieras que decirme… Me lo habías prometido y me hiciste sufrir.
–Has dicho que el contenido no era importante, y de todas formas no respondía a todas tus preguntas. ¿Qué importancia tiene ahora todo lo demás que hubiera escrito en ella?-.
…
Respiré hondo y logré mantenerme serena, a pesar de que tu respuesta me parecía absurda.
- ¿Mattia, alguna vez has probado a ponerte en mi lugar, has pensado como podría sentirme yo?-
- Siempre lo hago, con todos-
- Pues entonces prefiero pensar que no me conoces tan bien como crees, ¿sabes?. Lo prefiero a pensar que eras consciente de que me estabas haciendo daño, y a que a pesar de ello, te dio igual-.
Permaneciste callado durante un rato, y yo decidí callarme también, tras haber soltado toda la tristeza y la amargura que llevaba dentro.
Durante la siguiente interminable hora volvió a comenzar la peculiar coreografía de respiraciones, silencio y dolor físico que muestras cuando tratas de decirme algo que consideras importante, algo que pueda mostrarte frágil.
Yo ya había conseguido recuperar el control, y estaba dispuesta a conciliar el sueño tras decidir otorgarte el margen que mi cansancio fuese capaz de soportar, así que cerré los labios y los ojos y callé.
Cogiste mis manos con fuerza, tan cerca de mí que dolía, y apoyaste el rostro, los labios y tu pelo en ellas mil veces, tocándolas una y otra vez. Parecías observar mis dedos en la oscuridad, acariciándolos sin descanso, girándote otras tantas veces entre los pliegues de mi cuerpo encogido, como un niño pequeño que buscara cobijarse en él.
Cuando la calma y el sueño empezaban a invadirme llegó la sorpresa. La voz salió desde tu garganta clara, neutra y profunda, cuando ya no la esperaba, aunque denotando ese control tan claro, que cada vez voy odiando más en ti:
- En varias ocasiones he pensado que lo que sentía por ti iba más allá de la amistad (Jamás serías capaz de reconocer más de eso, ahora lo sé, estás muerto de miedo). Pero a veces eres demasiado distante… (silencio)… A veces percibo demasiada amargura en ti (¿dios, no la voy a sentir a tu lado?). Una vez conocí a una persona como tú… (No le dejé continuar, porque en ese momento rompí a llorar con el alma asomada en mis ojos).
Eres demasiado complicada… (silencio)… Y te gusta hablar demasiado sobre las cosas… (silencio)… Y hay demasiada gente. (Mil veces me habré arrepentido por no preguntarle sobre esta última frase. Pero, llena de cobardía, no fui capaz de decir o preguntar nada al respecto).
Podrías encontrar a una persona que no te haga sufrir, una persona con la que te sientas bien, a la que no le disguste hablar…-
Por fín habías reconocido, aunque con condiciones, que sentías algo por mi, pero acto seguido habías dejado, más claras aún, todas aquellas razones por las que no debías estar conmigo.
Durante la siguiente media hora lloré sin descanso, con la sien apoyada en tu pecho, notando como mis lágrimas cálidas, que fluían sin detenerse, caían una a una sobre tu piel. Pero no podía parar. Sentía que, de nuevo, te había dado la razón, y que yo sola, con la tristeza, la decepción y la amargura que tantas veces te he mostrado había logrado que sintieras miedo de rendirte ante mí. Sentía que decías la verdad y que yo, con todas esas verdades como puños que estabas dejando salir, había conseguido alejarte de mí. Y tú lograste decirlo sin asomo de ironía o de sarcasmo, aunque percibiera en ello un intento de darme demasiadas razones, tal vez más de las necesarias.
Y jóder, como dolió escucharte…
Me mantuviste abrazada, con fuerza, acariciándome el pelo sin descanso, sin darme tregua. Cuando fui capaz de detener el llanto respiré hondo y te dije:
-Yo no soy así… No soy así con nadie, solo contigo. Es cierto que puedo parecerte complicada, pero no soy distante, jamás lo he sido y no lo soy. Cada minuto que he pasado aparentando ignorarte era un minuto en el que te convertía en el centro de todos mis sentidos. Sufría tanto pensando que no sentías nada por mí, que mi intuición me engañaba...–
Permaneciste callado, atento a mis palabras, mientras la embriaguez y la calma producto del llanto me llevaban a decirte de nuevo todo lo que me gustaba de ti, tal vez en un intento de mostrarte que la verdadera mAlice, detrás de la máscara con la que decidió protegerse de ti, ha sido siempre todo lo dulce y tierna que tú has visto tantas otras veces.
Porque si no la hubieras visto, no estaríamos aquí.
Nunca llegaré a saber si también tú lloraste en silencio en la oscuridad de aquella habitación. Pero lo que si sé con certeza, es que me abrazaste y me acariciaste con ternura y con amor, a pesar de mi rabia. Tal vez con demasiado amor…
Pero es que también tú eres demasiado complicado.