Cuatro.Antes de levantarme fui capaz de decirte algo que deseaba decirte desde hacía mucho:
- Tal vez me equivoque y deba cambiar de profesión, pero estoy convencida de una cosa.
- ¿De qué?
- Creo que te gusto demasiado, y que precisamente estás "cagado de miedo", porque temes que te haga daño, o que llegue a odiarte.
Mantuviste tu mirada fija en mí, sin decir nada, con una apenas imperceptible sonrisa en los ojos. Hablamos sobre otras cosas -intrascendentes- durante unos minutos, hasta que retomé el tema:
- ¿Entonces qué? ¿debo cambiar de profesión?
- Me parece que si –dijiste, sonriendo-.
Pero esa respuesta, pequeño, no te lo creías ni tú.
Salimos de allí y, después de un corto paseo llegamos al bar. Me preguntaste qué quería con una sonrisa en la cara. Posiblemente, en tu inocencia casi “infantil”, esperabas que tomáramos un “orgasmo” juntos.
Te dedicaste a comer tranquilamente, mientras yo te observaba en silencio. No tenía hambre y me limité a beber algo que no tuviera que ver con orgasmo alguno. En aquel momento aquello había dejado de hacerme gracia.
De vez en cuando sonreías, y en cuanto yo me giraba para mirar algo, me soplabas suavemente en el rostro y en el pelo. Es algo que te gusta hacerme con frecuencia.
Una vez le pregunté a un chico sobre esa costumbre tuya:
- ¿Por qué soplarías suavemente en la espalda, en la nuca o en la cara de una mujer? ¿Y por qué lo harías con frecuencia?
- Porque sería una forma de tocarla… Sin tocarla. –Me estremecí al oír aquello-.
Mi mente volvió de entre las nubes, hasta aquel bar en el que nos encontrábamos. De repente, sin que lo esperara, en un tono optimista y casual me preguntaste:
- ¿Estás cabreada conmigo?
Sonreí con una mezcla de cortesía e incredulidad. ¿De verdad pensabas que las cosas podían arreglarse así, abrazándome y diciéndome que te habías sentido celoso…? Callé durante unos instantes, y finalmente hablé:
- ¿Sabes que no voy a acompañarte al aeropuerto, verdad?
La cara se te torció durante una fracción de segundo, lo suficiente como para dejar ver que lo que acababa de decirte te había afectado. Asentiste levemente, sin decir palabra, y volviste a sumergirte en el silencio.
Pensé que al terminar, como de costumbre, tú querrías dar una vuelta y asomarte por nuestro pub (un viejo y sencillo local por el que siempre quieres ir, a pesar de que hemos conocido otros mejores. Tal vez porque sea el sitio de nuestras primeras citas, quién sabe…). Creí que, dado que no iba a acompañarte a tomar tu avión desearías apurar un poco el tiempo a mi lado.
Salimos por la puerta y te pregunté:
- ¿Qué te apetece hacer ahora?
- Irme al hotel a descansar…
Volvíamos a jugar al ratón y al gato. A pesar de todo lo que había pasado, necesitaba apurar a tu lado algunas de las horas que quedaban antes de que te marcharas, y eso me dolió en el alma. Asentí levemente, miré hacia otro lado y comencé a caminar. Esta vez sin prisa. En diez minutos estaríamos en el hotel y me estarías diciendo adiós…
Cuando nos encontrábamos frente a él, me paré, muerta de pena por dentro, pero dispuesta a despedirme. No encontraba en mi cabeza las palabras que me permitieran retenerte a mi lado.
- Bueno, ya hemos llegado –dije-.
- Ya, pero voy a acompañarte hasta el coche.
- ¿Estás seguro?
- Si.
No fui capaz de negarme. Continuamos, caminando como dos viejos amigos que ya no tienen nada que decirse. Aquél camino me pareció eterno.
Al llegar al coche nos detuvimos de pie, uno frente al otro. Fui consciente de la fuerza con la que mordía mis labios, pero no hablé. Me miraste, y pusiste una de tus manos en mi hombro mientras te inclinabas para darme dos besos… Para marcharte.
Me dolió tanto que no pude evitarlo, y grité, llena de rabia:
- ¡No me toques!!!
Y te empujé con fuerza, alejándote bruscamente de mí. No podías estar haciendo aquello, no podías pretender darme dos besos, como si fuéramos dos amigos que se saludan hasta el día siguiente, no podías dejarme ir de aquella forma. No podías alejarte de mí sin abrazarme.
Tuve el tiempo suficiente para ver tu cara, incrédula y llena de dolor, de incomprensión, antes de que te giraras y salieras corriendo, sin mirar atrás. Y tuve tiempo para arrepentirme de lo que acababa de hacer.
- Mattia, no te vayas! Por favor, espera…! Déjame hablar contigo!
Apresuré el paso tras de ti, mientras caminabas con toda la fuerza de tu zancada en aquel momento, furioso y dolido, sin atender a mis llamadas. Pronuncié tu nombre al menos tres veces más, casi gritando en el silencio de la noche, esperando a que te detuvieras y me dieras la oportunidad de explicarme.
Cuando ya lo daba todo por perdido, te paraste en seco. Llegué hasta ti, y con los ojos empañados, logré decir:
- Me he sentido humillada, corriendo para alcanzarte y llamándote de ésta forma. ¿Por qué no te has detenido antes?
- Me has empujado!!! –soltaste, lleno de rabia-. Además, no tenía sentido hablar en estas condiciones.
- Claro que si –respondí, un poco más serena-. Yo solo quería estar contigo durante un rato más. Se me parte el corazón cuando te veo marchar, nunca sé cuando volveré a verte. Cuando he visto que pretendías darme dos besos y largarte de esa forma tan fría, he sentido un profundo dolor, no he podido evitar hacer lo que he hecho.
Permanecimos en pie, inmóviles en aquel lugar en que el tiempo parecía haberse detenido durante más de una hora, llenos de dolor. Volví a decirte muchas cosas, y de nuevo, aunque tengo la sensación de ser consciente de todo lo que se dijo, me siento incapaz de recordar las palabras exactas.
- Dios mío, qué poco conoces a las mujeres… -dije, en tono de tristeza-
Me dejaste percibir un leve asentimiento fugaz en tu mirada, justo antes de bajar la cabeza y hablar:
- Yo solo necesitaba espacio para mí, necesitaba estar a mi aire. Además, siempre tienes la casa de tus padres para quedarte en ella.
- Sabes que no me gusta quedarme allí –le miré con desaprobación, porque él era perfectamente consciente de aquella excusa no convencía a nadie-.
- Ya, pero ya te he dicho que necesitaba distanciarme.
- Si, y en efecto tendrás mañana, y pasado mañana, y el otro, y la semana que viene, y la otra… para hacerlo. Tendrás semanas y meses para ello!!! No nos vemos con frecuencia. ¿Tan importante era destrozar el poco rato que nos quedaba para estar juntos? Yo solo quería estar contigo. He pasado toda la semana esperando a que llegara el rato de estar a solas, de reír, de charlar juntos, de darnos un abrazo… ¿Y tú haces esto?
Bajaste la mirada, consciente de que yo tenía razón. Te marchabas en apenas unas horas, y tendrías todo el tiempo del mundo para “estar a tu aire”.
- ¿De verdad soy tan tremenda? ¿Me parezco a tu madre? ¿Soy así, como ella?
- No, por supuesto que no! Ella jamás se preocuparía de… -Me miraste con cara de incredulidad, con esa expresión que solemos poner cuando nos preguntan un disparate. No terminaste la frase, pero supe lo que querías decir.
- ¿Sabes? Sin embargo yo creo que me recuerdas demasiado a mi padre. En ocasiones eres duro e introvertido como él. Y una parte de mí, en el fondo, tal vez se empeña en estar contigo por eso. Porque tal vez veo en ti al hombre joven que una vez debió ser, y trato de ayudarle para que no se convierta en el adulto que ahora es.
Me miraste con atención, entrecerrando los ojos, posiblemente en un intento de averiguar si lo que te estaba diciendo era verdad. Posiblemente te resultaba demasiado duro de digerir… No me siento orgullosa de habértelo dicho, pero es algo que me he preguntado demasiadas veces, y en aquel momento surgió así.
Después de esa hora interminable de silencios y comentarios breves, tomaste una buena decisión, una que no esperaba. En lugar de decirme “es hora de irse, ¿nos despedimos?”, lo que oí fue:
- ¿Por qué no seguimos hablando en el coche?
- De acuerdo.
Allí pasamos otro par de horas charlando sobre muchas cosas, tanto tú como yo. Tuvimos tiempo para reprocharnos muchas: Por mi parte, el “famoso” tema de tu comportamiento cuando salimos de marcha, de tu incapacidad para hablar, del hecho de que yo me haya sentido utilizada tantas veces, de la dichosa anécdota con las italianas en la playa… Por la tuya, el recordarme que “no eres mi novio”, y que como tal no me debes atención absoluta cuando salimos juntos, el hecho de que no te gustan algunos de mis comportamientos (ya, ni a mi muchos de los tuyos!), el hecho de que tu también te sintieras usado… (Madre mía, estamos “completicos” los dos!).
Cuando dieron las cuatro resultó obvio que tú necesitabas descansar, aunque fuese durante un par de horas, antes de partir. Fui capaz de decirte que había llegado la hora, y salimos fuera del coche.
- Abrázame, por favor.
No lo dudaste ni por un momento. Te acercaste a mi y me estrechaste entre tus brazos… Permanecimos así durante un rato, hasta que uno de los dos fue capaz de soltar al otro (no me preguntéis quién fue, porque no lo recuerdo. Aunque supongo que serías tú, que eres más fuerte que yo). Te dije que subieras al coche, así que finalmente fui yo la que te acompañó al hotel. Nos besamos torpemente en la puerta, y por un momento pareció que lo extraño, y no lo normal, es que nos besáramos en las mejillas. Creo que en aquel momento los dos enrojecimos un poco…
Te acercaste a la puerta, y –algo no tan habitual en ti-, te giraste un par de veces saludándome con la mano, sonriente. En las despedidas sueles caminar siempre hacia delante, y si miras hacia atrás lo haces, por norma, una sola vez.
Me quedé parada hasta verte desaparecer por la puerta, segura de que no volverías a asomarte. Arranqué el coche y me marché de allí. No tenía ni idea de lo que pasaría entre nosotros después de éste viaje tan intenso, pero en aquel momento solo quería dormir.
Ya habría tiempo de pensar sobre todo lo que había sucedido.