martes, 29 de septiembre de 2009

Noches de lobos y fábulas

Esta es la traducción de un poema en italiano (de autoría desconocida para mi) que te envié ayer por la noche. Aunque muy sencillo, me parece hermoso, y me sirve para describir con bastante certeza lo que siento...


Noches de sueños, insomnes noches, noches de lobos y fábulas.
Sueños en noches largas y frías, sueños de un pensamiento que te busca y no quiere ser tu dueño,
te desea y no quiere poseerte,
te ama y no te quiere hechizar.
Sueños de un amor sin dueños y sin esclavos.
Sueños en noches de insomnio a la búsqueda del amor en cada pequeño suspiro,
en cada pensamiento y emoción.
Noches de lobos y fábulas al encontrar y al perder,
certezas y dudas, alegrías y ansias.
Noches de coraje y miedo al hablar y al callar mi amor por ti.
Noches a la búsqueda de palabras misuradas
para decirte que el mundo es pequeño,
el universo es pequeño,
mi amor es minúsculo y vive en un pequeño corazón.
Palabras, pocas palabras
Para decirte que mi pequeño y silencioso latido
Vive solo de tu amor,
de tu vida y de tu sonrisa.

Noches insomnes, insomnes noches, a la espera de lobos o fábulas.


jueves, 24 de septiembre de 2009

Binta y la gran idea

Hoy quiero compartir con vosotros un cortometraje del director español Javier Fesser. Se trata de "Binta y la gran idea" (2004), y forma parte de la película “En el Mundo a cada rato”, en la que cinco directores muestran su visión sobre distintas realidades que afectan a la infancia y por las que UNICEF trabaja en todo el mundo.

El corto -rodado en Casamance, en el sur de Senegal- muestra algunos de los problemas a los que se enfrentan los niños y niñas en África subsahariana, desde la mirada inocente y optimista de Binta, la pequeña protagonista.

Se trata de un recordatorio necesario de algunos de los derechos que todos los niños y las niñas del mundo deberían disfrutar, hilado a través de una historia encantadora, llena de valores, simpatía, optimismo y amor por la vida y por el ser humano. Merece la pena verlo, y reflexionar mucho, especialmente con un final que a mi me dejó con una sonrisa en los labios y en el corazón.

Tenemos tantas cosas que aprender en ésta vida, y tantas por las que preguntarnos... ¿Dónde reside la verdadera felicidad? ¿Somos realmente felices con nuestro estilo de vida y nuestra eterna necesidad de consumir? ¿Estamos perdiendo nuestros valores y nuestra fe en el ser humano? ¿Somos realmente solidarios y generosos con los que nos rodean, y con aquellos que están lejos de nosotros y lo necesitan...?

Dura más de 30 minutos, así que lo dejo en tres partes, para que podáis ir viéndolo poco a poco.

Hace ya mucho que buscaba el momento para compartirlo con vosotros. Siento haber tardado tanto. :-)

">





martes, 22 de septiembre de 2009

Los niños aprenden lo que ven...

Ésta vez toca dejaros un video que conozco desde hace ya tiempo, y que me parece de un valor extraordinario. Así, pasamos de la ironía del último post a la responsabilidad de éste.

Nos recuerda, con extrema sencillez y claridad, lo difícil que resulta ser "un buen padre/madre", y lo fácil que resulta inculcar a los niños una pérdida de valores generalizada...

Se es padre las 24 horas del día. Los niños permanecen atentos a cada uno de nuestros comportamientos, a nuestra forma de hablar, de hacer, de dirigirnos y de tratar a las personas que nos rodean... Los niños son sumamente permeables, y resulta tan fácil hacerles daño o transmitirles aprendizajes inadecuados sin que seamos conscientes de ello!

Espero que, en el caso de que no lo conozcáis, os permita hacer un pequeño "gran" ejercicio de reflexión. No solamente como padres, si no como tíos, hermanos, vecinos, maestros, conocidos, desconocidos... Tenemos tanta, tantísima responsabilidad sobre ellos!

Demasiada... Por eso me produce un respeto enorme, porque los niños realmente aprenden lo que ven. Es una de esas cosas que los psicólogos tenemos muy bien interiorizada: aprendemos observando e imitando a las personas que nos rodean.

¿De qué sirve que un padre diga a su hijo, gritando, que no debe alzar la voz?

¿Somos realmente conscientes de la importancia que tiene el ser coherentes con nuestro comportamiento ante ellos cada día de nuestra vida?

">

domingo, 20 de septiembre de 2009

¿Maternidad o ironía?

... Me quedo con la ironía!

Hace dos días una de mis compañeras de trabajo tuvo a su primer hijo. Últimamente tengo la sensación de que la "fiebre de los bebés" se ha extendido por mi despacho... Hasta el punto de que se están "turnando" (qué fuerte, "osea", qué fuerte! Jajaja!) para aprovechar a la chica que cubrirá la baja maternal. Ya hay otra embarazada de cuatro meses que esperó a que ésta -la que acaba de dar a luz- estaviera más avanzada. Y tenemos a otras dos en lista de espera!!!!

Quedan dos (con intenciones, pero espero que a largo plazo), y yo, que soy la única que permanece en la resistencia a toda costa.

Ayer, estando en el hospital con ellas para visitar a la parturienta, escuché a la más joven decir (con cara de estar pensando que es como comprarse un helao´!)eso de: "Uyyyy, qué tierno, qué rico! Si es que te dan ganas de tener uno...!"

A mi se me torció la cara de susto como a Adam Sandler en "Little Nicky". Si la habéis visto, sabréis a que me refiero...Jajaja!

Me acordé inmediatamente de éste video, uno de mis favoritos del programa "Vaya semanita", de la televisión pública vasca. Tienen un sentido del humor increíble, buenos gags, usan la ironía a raudales y se ríen de todo -empezando por ellos mismos-. Al parecer, el sentido del humor en éste país existe más allá de Andalucía(aunque todo hay que decirlo, tenemos mucho salero!)(Y somos modestos, ya lo sé... Jajaja), a pesar de los tópicos.

Podéis seguir el programa a través del canal de "Paramount comedy".

Permitidme que sea un poco mordaz y me solidarice con la pareja protagonista. A veces miro a mi alrededor y me siento realmente así... Y aunque tengáis un instinto maternal/paternal cojonudo, tomadlo con sentido del humor y dejad que alguna pequeña sonrisa se os quede en la cara. Como dicen en mi tierra, estos vascos de Vaya Semanita "son un puntazo"!

Se trata de una parodia del programa de Iker Jiménez (Cuarto milenio)...

"El txoko del miedo: bebés"

">

miércoles, 16 de septiembre de 2009

"Un toque de canela"

Hace pocos días tuve el placer de ver una película que había estado buscando desde hacía más de dos años, recomendada por un amigo ateniense. Se trata de una desconocida, deliciosa y encantadora “fábula”, uno de esos cuentos para adultos con los que nos sorprenden cinematografías que no suelen llegar a nuestras tierras (o al menos no fuera de las grandes urbes, como Madrid o Barcelona).. En este caso, se trata del film griego “Un toque de canela” (2003), del director Tassos Boulmetis, protagonizada por Georges Corraface, al que conocemos por estos lares por películas como “La pasión turca”.

La película –ejemplo de realismo fantástico-, bien podría haber sido filmada por el mexicano Alfonso Arau... Si no fuera porque gran parte de la historia transcurre en la exótica y misteriosa Estambul.

Durante al metraje asistimos como espectadores a una mezcla de comedia con un toque dramático y mágico que nos presenta a Faris, un niño cuya familia, de origen griego, reside en Estambul. El director nos acerca a los personajes a través del mundo de los sentidos y de la comida, nexo de unión entre gran parte de ellos, mostrando de paso -y de forma sutil- una “llamada” al entendimiento entre dos pueblos –el turco y el griego- en conflicto desde hace años por razones políticas, pero con muchas más cosas en común de lo que ambas partes querrían admitir.

Boulmetis construye toda una serie de personajes entrañables –incluidos los secundarios, como ese abuelo tan especial y tan lleno de sabiduría, o la niña que se convertirá en el amor de su vida-, con momentos que recuerdan a una versión griega de “como para agua chocolate”, pero con identidad propia.

La vida, el amor, la familia o la amistad, entre otros, guiadas en torno a la comida y los sentidos como eje de conexión... Los sentidos y las especias culinarias empleados como metáforas para explicar el universo (de ahí el nexo de unión entre ellos, encarnados en el protagonista, astrónomo de profesión y cocinero excepcional), y usados como un medio para disfrutar y entender la vida, las relaciones familiares y la tradición de una familia en la que ambas culturas -la griega y la turca- se funden con absoluta naturalidad.

En este caso las “especies y los sabores” adquieren casi identidad propia, convirtiéndose en secundarios imprescindibles.

Una película sensible, particular y con un toque de romanticismo, con momentos para reír, para emocionarse y para encontrar nuevos motivos que nos permitan apreciar nuestros sentidos y nuestras emociones en torno a la comida... Y a la vida.

Un deleite para los que piensen que la comida es un placer para los sentidos y para el alma, y un recordatorio de la importancia que tiene aprender a saborear cada bocado que damos a la vida.

Recomendable, sin lugar a dudas, y con una banda sonora deliciosa.

No os perdáis el trailer.

">

martes, 15 de septiembre de 2009

Manos al aire


Seguimos con un poco de música...

En ésta ocasión os dejo a la preciosa Nelly Furtado -canadiense de origen portugués- con su prometido álbum íntegramente en español ("Mi plan"), y el sencillo "Manos al aire".

Descubrí la música de ésta chica en 2001 -durante mi estancia en Italia-, con su "Free as a bird". Finalmente parece haber retomado un estilo más genuino, en línea con sus raíces, después de un último cd que explotaba su lado más marchoso y comercial.

La verdad es que me alegro, aunque aún tendré que oír el resto del cd para confirmar mi opinión... Esperaré impaciente.

">

domingo, 13 de septiembre de 2009

Por quererte

Me gusta el sencillo del nuevo disco ("40:04") de los malagueños "El efecto mariposa"... "Por quererte".

Quizá sea porque me siento reflejada en algunos de los fragmentos de la canción.

"...Siento que nunca te he conocido,
lo extraño es que vuelvo a caer.
Me duele estar sola, me duele contigo
y perderte es perderme después..."



">

sábado, 12 de septiembre de 2009

...Tres son multitud (IV)


Cuatro.

Antes de levantarme fui capaz de decirte algo que deseaba decirte desde hacía mucho:

- Tal vez me equivoque y deba cambiar de profesión, pero estoy convencida de una cosa.
- ¿De qué?
- Creo que te gusto demasiado, y que precisamente estás "cagado de miedo", porque temes que te haga daño, o que llegue a odiarte.

Mantuviste tu mirada fija en mí, sin decir nada, con una apenas imperceptible sonrisa en los ojos. Hablamos sobre otras cosas -intrascendentes- durante unos minutos, hasta que retomé el tema:

- ¿Entonces qué? ¿debo cambiar de profesión?
- Me parece que si –dijiste, sonriendo-.

Pero esa respuesta, pequeño, no te lo creías ni tú.

Salimos de allí y, después de un corto paseo llegamos al bar. Me preguntaste qué quería con una sonrisa en la cara. Posiblemente, en tu inocencia casi “infantil”, esperabas que tomáramos un “orgasmo” juntos.
Te dedicaste a comer tranquilamente, mientras yo te observaba en silencio. No tenía hambre y me limité a beber algo que no tuviera que ver con orgasmo alguno. En aquel momento aquello había dejado de hacerme gracia.
De vez en cuando sonreías, y en cuanto yo me giraba para mirar algo, me soplabas suavemente en el rostro y en el pelo. Es algo que te gusta hacerme con frecuencia.

Una vez le pregunté a un chico sobre esa costumbre tuya:

- ¿Por qué soplarías suavemente en la espalda, en la nuca o en la cara de una mujer? ¿Y por qué lo harías con frecuencia?
- Porque sería una forma de tocarla… Sin tocarla. –Me estremecí al oír aquello-.

Mi mente volvió de entre las nubes, hasta aquel bar en el que nos encontrábamos. De repente, sin que lo esperara, en un tono optimista y casual me preguntaste:

- ¿Estás cabreada conmigo?

Sonreí con una mezcla de cortesía e incredulidad. ¿De verdad pensabas que las cosas podían arreglarse así, abrazándome y diciéndome que te habías sentido celoso…? Callé durante unos instantes, y finalmente hablé:

- ¿Sabes que no voy a acompañarte al aeropuerto, verdad?

La cara se te torció durante una fracción de segundo, lo suficiente como para dejar ver que lo que acababa de decirte te había afectado. Asentiste levemente, sin decir palabra, y volviste a sumergirte en el silencio.

Pensé que al terminar, como de costumbre, tú querrías dar una vuelta y asomarte por nuestro pub (un viejo y sencillo local por el que siempre quieres ir, a pesar de que hemos conocido otros mejores. Tal vez porque sea el sitio de nuestras primeras citas, quién sabe…). Creí que, dado que no iba a acompañarte a tomar tu avión desearías apurar un poco el tiempo a mi lado.

Salimos por la puerta y te pregunté:

- ¿Qué te apetece hacer ahora?
- Irme al hotel a descansar…

Volvíamos a jugar al ratón y al gato. A pesar de todo lo que había pasado, necesitaba apurar a tu lado algunas de las horas que quedaban antes de que te marcharas, y eso me dolió en el alma. Asentí levemente, miré hacia otro lado y comencé a caminar. Esta vez sin prisa. En diez minutos estaríamos en el hotel y me estarías diciendo adiós…

Cuando nos encontrábamos frente a él, me paré, muerta de pena por dentro, pero dispuesta a despedirme. No encontraba en mi cabeza las palabras que me permitieran retenerte a mi lado.

- Bueno, ya hemos llegado –dije-.
- Ya, pero voy a acompañarte hasta el coche.
- ¿Estás seguro?
- Si.

No fui capaz de negarme. Continuamos, caminando como dos viejos amigos que ya no tienen nada que decirse. Aquél camino me pareció eterno.
Al llegar al coche nos detuvimos de pie, uno frente al otro. Fui consciente de la fuerza con la que mordía mis labios, pero no hablé. Me miraste, y pusiste una de tus manos en mi hombro mientras te inclinabas para darme dos besos… Para marcharte.

Me dolió tanto que no pude evitarlo, y grité, llena de rabia:

- ¡No me toques!!!

Y te empujé con fuerza, alejándote bruscamente de mí. No podías estar haciendo aquello, no podías pretender darme dos besos, como si fuéramos dos amigos que se saludan hasta el día siguiente, no podías dejarme ir de aquella forma. No podías alejarte de mí sin abrazarme.

Tuve el tiempo suficiente para ver tu cara, incrédula y llena de dolor, de incomprensión, antes de que te giraras y salieras corriendo, sin mirar atrás. Y tuve tiempo para arrepentirme de lo que acababa de hacer.

- Mattia, no te vayas! Por favor, espera…! Déjame hablar contigo!

Apresuré el paso tras de ti, mientras caminabas con toda la fuerza de tu zancada en aquel momento, furioso y dolido, sin atender a mis llamadas. Pronuncié tu nombre al menos tres veces más, casi gritando en el silencio de la noche, esperando a que te detuvieras y me dieras la oportunidad de explicarme.

Cuando ya lo daba todo por perdido, te paraste en seco. Llegué hasta ti, y con los ojos empañados, logré decir:

- Me he sentido humillada, corriendo para alcanzarte y llamándote de ésta forma. ¿Por qué no te has detenido antes?
- Me has empujado!!! –soltaste, lleno de rabia-. Además, no tenía sentido hablar en estas condiciones.
- Claro que si –respondí, un poco más serena-. Yo solo quería estar contigo durante un rato más. Se me parte el corazón cuando te veo marchar, nunca sé cuando volveré a verte. Cuando he visto que pretendías darme dos besos y largarte de esa forma tan fría, he sentido un profundo dolor, no he podido evitar hacer lo que he hecho.

Permanecimos en pie, inmóviles en aquel lugar en que el tiempo parecía haberse detenido durante más de una hora, llenos de dolor. Volví a decirte muchas cosas, y de nuevo, aunque tengo la sensación de ser consciente de todo lo que se dijo, me siento incapaz de recordar las palabras exactas.

- Dios mío, qué poco conoces a las mujeres… -dije, en tono de tristeza-

Me dejaste percibir un leve asentimiento fugaz en tu mirada, justo antes de bajar la cabeza y hablar:

- Yo solo necesitaba espacio para mí, necesitaba estar a mi aire. Además, siempre tienes la casa de tus padres para quedarte en ella.
- Sabes que no me gusta quedarme allí –le miré con desaprobación, porque él era perfectamente consciente de aquella excusa no convencía a nadie-.
- Ya, pero ya te he dicho que necesitaba distanciarme.
- Si, y en efecto tendrás mañana, y pasado mañana, y el otro, y la semana que viene, y la otra… para hacerlo. Tendrás semanas y meses para ello!!! No nos vemos con frecuencia. ¿Tan importante era destrozar el poco rato que nos quedaba para estar juntos? Yo solo quería estar contigo. He pasado toda la semana esperando a que llegara el rato de estar a solas, de reír, de charlar juntos, de darnos un abrazo… ¿Y tú haces esto?

Bajaste la mirada, consciente de que yo tenía razón. Te marchabas en apenas unas horas, y tendrías todo el tiempo del mundo para “estar a tu aire”.

- ¿De verdad soy tan tremenda? ¿Me parezco a tu madre? ¿Soy así, como ella?
- No, por supuesto que no! Ella jamás se preocuparía de… -Me miraste con cara de incredulidad, con esa expresión que solemos poner cuando nos preguntan un disparate. No terminaste la frase, pero supe lo que querías decir.
- ¿Sabes? Sin embargo yo creo que me recuerdas demasiado a mi padre. En ocasiones eres duro e introvertido como él. Y una parte de mí, en el fondo, tal vez se empeña en estar contigo por eso. Porque tal vez veo en ti al hombre joven que una vez debió ser, y trato de ayudarle para que no se convierta en el adulto que ahora es.

Me miraste con atención, entrecerrando los ojos, posiblemente en un intento de averiguar si lo que te estaba diciendo era verdad. Posiblemente te resultaba demasiado duro de digerir… No me siento orgullosa de habértelo dicho, pero es algo que me he preguntado demasiadas veces, y en aquel momento surgió así.

Después de esa hora interminable de silencios y comentarios breves, tomaste una buena decisión, una que no esperaba. En lugar de decirme “es hora de irse, ¿nos despedimos?”, lo que oí fue:

- ¿Por qué no seguimos hablando en el coche?
- De acuerdo.

Allí pasamos otro par de horas charlando sobre muchas cosas, tanto tú como yo. Tuvimos tiempo para reprocharnos muchas: Por mi parte, el “famoso” tema de tu comportamiento cuando salimos de marcha, de tu incapacidad para hablar, del hecho de que yo me haya sentido utilizada tantas veces, de la dichosa anécdota con las italianas en la playa… Por la tuya, el recordarme que “no eres mi novio”, y que como tal no me debes atención absoluta cuando salimos juntos, el hecho de que no te gustan algunos de mis comportamientos (ya, ni a mi muchos de los tuyos!), el hecho de que tu también te sintieras usado… (Madre mía, estamos “completicos” los dos!).

Cuando dieron las cuatro resultó obvio que tú necesitabas descansar, aunque fuese durante un par de horas, antes de partir. Fui capaz de decirte que había llegado la hora, y salimos fuera del coche.

- Abrázame, por favor.

No lo dudaste ni por un momento. Te acercaste a mi y me estrechaste entre tus brazos… Permanecimos así durante un rato, hasta que uno de los dos fue capaz de soltar al otro (no me preguntéis quién fue, porque no lo recuerdo. Aunque supongo que serías tú, que eres más fuerte que yo). Te dije que subieras al coche, así que finalmente fui yo la que te acompañó al hotel. Nos besamos torpemente en la puerta, y por un momento pareció que lo extraño, y no lo normal, es que nos besáramos en las mejillas. Creo que en aquel momento los dos enrojecimos un poco…

Te acercaste a la puerta, y –algo no tan habitual en ti-, te giraste un par de veces saludándome con la mano, sonriente. En las despedidas sueles caminar siempre hacia delante, y si miras hacia atrás lo haces, por norma, una sola vez.

Me quedé parada hasta verte desaparecer por la puerta, segura de que no volverías a asomarte. Arranqué el coche y me marché de allí. No tenía ni idea de lo que pasaría entre nosotros después de éste viaje tan intenso, pero en aquel momento solo quería dormir.

Ya habría tiempo de pensar sobre todo lo que había sucedido.

viernes, 11 de septiembre de 2009

...Tres son multitud (III)


Tres.

Cuando finalmente fui capaz de abrir la boca solté una retahíla de cosas. Tantas, que soy incapaz de recordar el orden, todo lo que dije o como lo dije. Creo que me lo impiden el Alzheimer y el hecho de que –aún habiendo mantenido cierto control- soy, como alguna persona me ha dicho en cierta ocasión, un “torbellino emocional”.


Tal vez incluso me cambió la voz, como a la niña de El exorcista, y ni cuenta me di. Jajaja!

Como siempre, te hice un montón de preguntas (ya lo sé, no os contaría nada nuevo!)… Esto comenzaba a parecerse a una versión mala de “Slumdog millionaire”, en la que el concursante no abre la boca ni a hostias para responder (igual el método del policía de la peli hubiera funcionado… Ummmm!).


¿Preguntas? Las de siempre con alguna novedad, claro:


-¿Por qué has hecho lo que has hecho hoy? (en clara alusión al tema del hotel..?) ¿Por qué has esperado al último momento para hacérmelo saber?


En aquel momento, si me hubieran soltado en un estanque de cocodrilos habría sido yo la que habría hecho una carnicería, (habría salido con los bolsos confeccionados y to´!) pero me controlé como una campeona y procuré hablar (más o menos) tranquila y pausadamente.


Y se hizo el silencio…


No respondías, así que me fui animando y te hablé sobre todos los pequeños momentos que me habían desconcertado durante el viaje: tu “sutil” distanciamiento, mis intentos por prestarte toda la atención que podía… Ya sabéis, todos esos rollazos de los que ya os había hablado. ¿Para qué vamos a seguir aburriendo a las marmotas más de lo necesario?


-He intentado estar contigo siempre que he podido. Tengo a mi lado a una persona maravillosa, que me quiere sin condiciones y que jamás me haría daño, y siento que no he estado a su lado todo lo que habría debido por estar al tuyo.


Tú te mantenías observándome en silencio, sin decir nada. En ese momento decidí sacar mi cuaderno, te miré y pregunté:


- Por qué insistes en seguir siendo mi amigo, si hay tantas cosas que no te gustan de mi? Venga, vamos a hacer una lista de las cosas que te fastidian de mi.


En ese momento me respondiste con una sonrisa, pero de un modo tierno, sin rastro de burla o ironía en tus ojos, pero yo estaba lo suficientemente dolida como para retener las ganas de devolvértela, así que respondí con una mirada fulminante.


Empecé a escribir mientras hablaba.


- Veamos: Teóricamente te parezco sarcástica, siempre trato de hacerte hablar demasiado, te hago muchas preguntas, soy insistente hasta la extenuación, dura en ocasiones –al igual que distante-, impaciente, irónica, exigente, coqueta, vulgar con algunas bromas, quiero ser el centro de tu atención…

¿Se me olvida algo?.


Me sonreíste de nuevo con una cierta dulzura en los ojos, abriste la boca y dijiste, con cierta ironía, pero con ternura:


- Si, una vez se te quemó la paella… Y vas muchas veces al baño cuando salimos de marcha… Y... A veces hablas en sueños...!


Mantuviste una mirada cómplice y risueña mientras lo decías, hasta el punto de que fui incapaz de mantener mi gesto malhumorado y acabé sonriendo durantes unos instantes. Siempre he sido una chica fácil cuando se trata de hacerme sonreír si se usa el sentido del humor, sea cual sea la circunstancia.


A fin de cuentas, por una vez estabas respondiendo a mi juego, ironizando, pero con ternura, sobre una serie de chorradas –que sabía bien- no querían decir absolutamente nada para ti.


Pero en aquel momento necesitaba tus respuestas. Tomé de nuevo la libreta entre mis manos y continué:


- Veamos, ¿y qué era lo que te gustaba de mi…? Soy inteligente… Y se entretener a la gente. Ya ésta, ¿no? (tanto tú como yo sabíamos que no era todo, que eran muchas otras cosas, pero necesitaba oírtelas decir de nuevo, necesitaba que reaccionaras, que hicieras algo!).


No me respondiste en ésta ocasión, y te mantuviste firme, en silencio, observándome con una mirada en tus ojos que acerté a interpretar, como tantas otras veces como un: “Ya lo sabes perfectamente”.


Pasó otro pequeño rato y salimos de allí. Comenzamos a caminar –ésta vez también yo me mantuve delante, aunque con menos rabia en la sangre- y llegamos hasta un lugar que a ambos nos encanta. Durante el recorrido, solo me dijiste una cosa, en tono de broma, sin atisbo de malicia en tu voz:

-
-¿Estas intentando dejarme atrás para perderme de vista y no lo consigues?


Te miré con una leve sonrisa en los labios, pero no respondí y continué mi recorrido


Llegamos a aquel lugar encantador, y nos sentamos en un banco, desde donde disfrutábamos de una vista mágica. Procuré sentarme a cierta distancia de ti y me mantuve en silencio, observando las cosas a mi alrededor durante un rato que me pareció eterno. Tú, al contrario que en otras ocasiones -en las que te mantienes quieto, en tu sitio cuando estamos enfadados, sentados en algún sitio-, comenzaste a acercarte a mi muy lentamente: (Ya sabéis, la coreografía que siempre “usa” en la cama):


Primero te moviste para sentarte cerca de mi, hasta que tu cuerpo estaba en contacto conmigo…Luego, como un niño con el que vas por primera vez al cine, acercabas el brazo para apoyarlo en el asiento, detrás de mi espalda, como esperando el momento oportuno para pasarme la mano por encima del hombre. Durante un rato “fuiste y viniste”, acercándote y alejándote de mi, hasta que finalmente lograste levantar la mano y abrazarme. A partir de ahí, tocó otro rato de “dudas”, de apoyar tu cabeza y tus labios en mi hombro, de acercarte a mi rostro y de volver a alejarte, como si el miedo te pudiera. Comenzaste a acariciarme la espalda, el pelo… Y cuando ya empezaba a sentirme de nuevo harta y frustrada, después de un largo silencio y proximidad física entre los dos, me lanzaste a bocarrajo:


- “He sentido celos, me he sentido XXXX (no te entendí en aquel momento), confuso…”

- ¿Qué es lo que has dicho en segundo lugar? –pregunté, porque no lo había escuchado-.

- Lo sabes perfectamente.

- No, no lo he oído!



Necesité más de diez minutos para convencerte de que realmente no lo había escuchado.


- He dicho que me he sentido usado.

- ¿¡Usado!?!?!? ¿Usado por qué? ¿Cuándo te has sentido usado? -exclamé, con una cara que bien hubiera podido tacharse de “imbécil sorprendida”- ¿Ha sido por el dinero, por el hecho de que pagaras las habitaciones de los dos hoteles?

- No.

- ¿Ha sido por el sexo? –solté, aunque con una sonrisa de incredulidad en la cara-


De nuevo, no me respondiste. Aquella revelación me había dejado impactada, sobrecogida. ¿Había realmente oído lo que había oído? La primera parte no cesaba de martillearme la cabeza… ¿Celoso? ¿Estabas admitiendo que te habías sentido celoso?


- ¿Y porqué te has sentido confuso?

- No lo sé, por algunas cosas que han pasado y que se han dicho.

- Si, pero, ¿cuáles?

- No lo sé, han sido varias... Pero también te he dicho otra cosa antes. ¿Tampoco la has escuchado?


A esas alturas, era consciente de que yo misma estaba evitando pronunciar aquella palabra, no concebía que pudiera ser cierto. Pero él me estaba diciendo que estaba ahí. Tragué saliva y respondí:


- Cierto, has dicho que has sentido celos. Pero dado que me habías dejado claro que no sentías nada por mí como mujer, no me encaja que hayas podido sentirlos. Pensé que no lo había oído bien...

¿Por qué te has sentido celoso?

- No lo sé. Tal vez necesitaba más atención.



¿Me estabas diciendo que habías necesitado más atención por mi parte? ¿Pero de qué ibas? Cómo amiga te presté muchísima atención, aún a costa de mi pareja!


- ¿Te sentiste celoso como amigo? –dije, intentando hacerlo parecer menos importante de lo que sentía que era-

- Si, puede ser.


Pero no te creía, así que solté una segunda pregunta:

- Y como hombre... ¿Te has sentido celoso como hombre?

- Yo… Ummm... Puede ser... No lo sé! –exclamaste, bajando la mirada hacia el suelo después de un instante de vacilación que pareció eterno-.

- Pues no me encaja con lo que me habías dado a entender hasta ahora.

- Ya te lo he dicho, me he sentido confuso, y también hay más cosas.

- ¿Qué cosas?

- No tiene importancia.

- ¿Y por qué te has sentido usado?

- Ya lo has dicho tú…

- ¿Por el sexo….??? –exclamé, con cara de póker y consciente de que era lo que trataba de decirme- ¿Por qué ha sido? ¿acaso por la forma en la que me haces el amor? –dije, con una delicadamente irónica sonrisa en los labios.


Te limitaste a sonreír –creo que a tu pesar-, moviendo levemente la cabeza con actitud afirmativa pero sin decir nada. En aquel momento me estaba sintiendo como una imbécil… ¿Sentirte usado tú? Era lo que me quedaba por oír!

- Soy yo la que debería sentirme usada, ¿no? De hecho, yo si me he sentido utilizada en muchas ocasiones. Me sorprende que ahora seas tú el que se sienta así.


Creo que mis ojos y mi tono de voz se aliaron de forma insconciente para reflejar una elevada dosis de ironía que, sin embargo, mi tono de voz consiguió moderar.


Intensificaste tu abrazo, me acariciaste el pelo durante un rato, y me preguntaste si deseaba comer algo, porque era más de las doce. En aquel momento sentía muchas cosas, pero entre ellas no estaba el hambre. ¿Pero tú? Tú no perderías el hambre ni aunque acabaran de amputarte las piernas, jodío!


Te dije que no, pero que podíamos ir a algún sitio. Nos levantamos, y tranquilamente ya, paseamos durante un rato.


Por supuesto, me propusiste ir a un bar al que vamos con mucha frecuencia cuando vienes a visitarme. Me resultó gracioso –en sentido irónico- que quisieras pedir un “orgasmo” (es una bebida que preparan solo allí), y por un breve instante, sabiendo que de alguna forma estabas tratando de volver a la “normalidad”, sentí el impulso de mandarte a la mierda. Sabías que yo siempre te llevaba allí como en una especie de broma, de jueguecito… Porque era la única forma de “probar un orgasmo juntos”. A pesar de todo, no pude evitar sonreír por dentro.


Cómo te gusta nuestro juego, ¿eh?

miércoles, 9 de septiembre de 2009

... Tres son multitud (II)

Dos.

Cuando estábamos llegando a nuestro destino tuve la impresión de que algo no iba bien. Sabía que acababas de hacer la reserva el día anterior, y no me habías dicho nada. El instinto me avisaba de que ésta vez me ibas a dar una sorpresa, y no precisamente agradable.

Acabábamos de dejar a parte del grupo, cuando te pregunté sobre la habitación que habías reservado:

-Has reservado ésta vez para ti solo, verdad?
- Si.
- ¿Y qué esperas, que me quede contigo hasta las tantas, que vaya a molestar a casa de alguien para dormir y que me levante dos horas después para venir a buscarte a tu hotel y llevarte al aeropuerto? –lancé, claramente ofendida-.
- No importa, siempre puedo irme en un taxi

Para mi aquello fue sumamente hiriente. Tú sabías que acompañarte al aeropuerto era sagrado para mí. Estar juntos hasta el último minuto, abrazarnos justo antes de que embarcaras… Permanecer unos minutos allí, viéndote alejarte. Incluso tú, a pesar de no tener coche, has procurado siempre que te ha sido posible acompañarme a mi cuando yo he ido a Roma. Lo que me estabas diciendo iba contra las reglas de la amistad, de nuestra amistad.

Le indiqué a mi amiga, que conducía, que te acercara a tu hotel. Te dejamos allí, y yo, sin ganas ni energía para hablar contigo, te hice un gesto, indicándote que te llamaría en un rato. Y muy a mi pesar, llena de dolor, me fui con ella.

Estaba muy dolida. ¿Por qué cojones no habías tenido el valor de decirme aquello antes?

Recuerdo que entonces mi amiga me dijo:

- Lo que te ha hecho es muy feo. Sabe perfectamente que otras veces habéis compartido habitación. ¿Qué vas a hacer ahora..? No deberías ir a buscarle, deberías dejar que se marche solo.
- Pues si, pero también siento que necesito descargarme, decirle todas las cosas incoherentes que ha hecho durante este viaje y que me han hecho daño. No me da la gana de dejarle marchar sin decirle lo que pienso.
- Tú veras lo que haces. Pero no le acompañes al aeropuerto, eso no se lo merece.
- Ya lo sé, no te preocupes, eso, al menos, lo tengo claro.

Al final de la noche –que fue bastante larga- me fui a casa de mi amiga, para dormir en su sofá. Habíamos tenido que hacer “malabarismos” para conseguir unas segundas llaves y que pudiera darme una copia. Pero para eso están los amigos que no te fallan, no?

Necesitaba un lugar para dormir en que pudiera sentirme tranquila, y en el que tuviera claro que no molestaría a nadie. Así que quedaban descartadas la casa de Fabio (no hay sitio, vive con su familia) y la casa de mis padres.

En aproximadamente una hora fui a buscarte al hotel. Subí a la habitación, y de nuevo me abriste la puerta asomando la cabeza, como si recibieras a una desconocida. Me miraste con cara de “imbécil somnoliento”, y dijiste:

- Pensé que me ibas a llamar antes de venir.
- Ok, no te preocupes, ahora mismo bajo a la recepción y te llamo para avisarte! -Solté, llena de rabia- Y salí disparada escaleras abajo.

Bajé a la recepción y te mandé un mensaje. Sentía que el orgullo que me quedaba se me escurría por entre las teclas del móvil…

“Estoy aquí abajo. Si quieres, podemos vernos ahora, si no, nos veremos el año que viene”.

Pocos minutos después estabas abajo.

- Damos una vuelta? –Me preguntaste, en tono tranquilo-.

Yo permanecí en silencio unos instantes, tratando de morderme la lengua para no mandarte a la mierda… Finalmente me levanté para salir, y tú –cada vez tengo más claro que no conoces a las mujeres en absoluto-, perplejo, en lugar de seguirme, te giraste hacia la escalera. Me volví furiosa, y te espeté:

- Ah, es que entonces al final no vienes, no?

Asentiste y te dirigiste hacia mi. Salimos por la puerta, me giré sin mirarte a los ojos y escupí una frase que en aquel momento me removía las entrañas:

- Mi orgullo se marchó por la puerta el día en que te conocí...

La siguiente media hora, hasta llegar al local al que quería ir para tomarme algo relajante (una infusión, malpensados!) fue una carrera, conmigo por delante con cara de cabreo supremo, como si no te conociera (lo reconozco, debía llevar una cara de mala hostia!) y contigo detrás, tratando de alcanzarme. Actué así porque era consciente de que tenía demasiada rabia dentro y necesitaba descargarla… Para no hacerlo directamente contigo.

Llegamos al local –una agradable tetería- y permanecimos un rato sentados, en silencio. Cuando finalmente me sentí lo suficientemente tranquila –o mejor dicho, controlada- como para hablar con normalidad, abrí la boca y comencé a decir todo lo que necesitaba decir...

martes, 8 de septiembre de 2009

... Tres son multitud (I)


Uno.

Qué puedo decir de éste viaje “a tres bandas”?

Ha sido particular, muy particular. Mi balance ha sido positivo, pero he vivido algunos momentos que más valdría guardar en el cajón de los desastres.

¿Podéis imaginar, si habéis seguido mi historia con detalle, lo que podía suponer mezclar en el mismo viaje -durante 11 días- a Fabio y a Mattia? Será que me gusta el peligro... Fiuuuuuu!

No sé por donde empezar, la verdad. Digamos, que todo se ha movido, durante la mayor parte del tiempo, dentro de una aparente normalidad. Yo me he dejado parte del hígado (un buen cacho, si señor!) tratando de complacer a todo el mundo y de prestar la suficiente atención a cada miembro del grupo.

La mezcla, cuanto menos, y para quién no conozca la historia, era un poco curiosa:

• Fabio, una persona maravillosa con la que estoy desde hace 13 años y que me quiere con locura. Alias “el eterno estudiante”.
• Mattia, mi supuesto mejor amigo, y por el que siento algo demasiado profundo, y desde hace demasiado tiempo. Hasta dónde llega lo que él siente por mi –mucho, pero marcado por una gran confusión y todo un elenco de contradicciones-, sigue siendo un misterio a día de hoy. Alias “el informático esaborío”.
• Celia, mi mejor amiga. Conocedora –y cansadísima- de todos los detalles del triángulo, de lo que siento por Mattia, y de la historia tan “particular” que nos traemos entre ambos. Alias “la amiga harta... y no precisamente vino!”
• La sobrina de Celia (si, al principio chocó un poco saber que nos íbamos de viaje a los Alpes con una niña de 13 años). Alias “la niña los granos”.
• El padre de Celia (la casa a la que íbamos es suya y él estaba allí). Una persona afable y educada, pero siempre pendiente de compartir con otras pobres almas (o sea, nosotros, pringadillos de turno) sus apasionantes temas favoritos: la geología y la religión de antes del concilio no se cuantos, de cuando los cruzados, por lo menos... Alias “el abuelo”.
• Y Yo. ¿Debo presentarme o me conocéis ya un poco?. 34 años, soltera, sociable, autónoma, con síndrome de Peter Pan, una ironía que a veces no controlo y ganas de cambiar mi vida de raíz. Alias “la eterna enamorá masoca”.

Pasamos los dos primeros días de viaje, en coche, recorriendo España y Francia hasta llegar a nuestro destino. El trayecto fue divertido, lleno de risas, música y juegos. Parecíamos una panda de veinteañeros, y la mezcla parecía estar funcionando bien; todos se relacionaban con todos, la niña –preludio de lo que haría durante el resto del viaje- se estaba portando asombrosamente bien, y parecía que solo yo experimentara una cierta tensión, consciente como era del particular triángulo formado por Mattia, por Fabio y por mi.

La estancia en los Alpes tuvo momentos de todas las clases, algunos realmente divertidos, incluso geniales. Recuerdo haber reído muchísimo, haber montado varias guerras de almohadas –algo que no hacía desde que era una adolescente tardía-, haber contado historias de miedo en el silencio de la noche, doblado películas en plan cachondo… (habéis intentado alguna vez hacer el doblaje en plan coña de “Lawrence de Arabia”?) (Pues es un puntazo, sobre todo si se hace versión gay!).

Montamos a caballo (era mi primera vez, así que mejor no os cuento lo que me dolía cuando me bajé, ni la cara de “foto expréss by montaña rusa” que se me quedó galopando a nosecuantos kilómetros por hora agarrá casi con los dientes al caballo. Jajaja!) (Pa´imaginarme, vamos),tiramos con arco, hicimos paseos y excursiones fantásticas por lugares de ensueño, bosques increíbles que parecían sacados de uno de esos cuentos de hadas que leía apretujada en mi cama, siendo una niña… Y luego estaban todos esos pequeños momentos tan especiales, en los que simplemente nos sentábamos alrededor de la mesa, en el jardín, o junto a la chimenea, para charlar sobre cosas insustanciales (borderías las justas, con el abuelo y la niña por allí, qué le íbamos a hacer) o para reír un rato.

Desde la superficie, todo se veía limpio y cristalino, aparentemente.

Yo me pasaba el día atenta a todos, tratando de prestar atención a Fabio, de mostrarme afectuosa y cercana, pero sin perder de vista que Mattia estaba allí. A pesar de que me había dicho que ahora solo me veía como amiga, no había logrado convencerme de que esa fuera verdad con su comportamiento.

Os puedo asegurar que he prestado muchísima atención a ambos. Les observaba cuando estaban juntos, y veía un trato cercano y correcto entre ellos, sin malos rollos ni suspicacias. Pero por momentos sentía que se me iba la vida tratando de estar con los dos, y de lograr una “aparente” normalidad que no era normal…

Si Mattia y yo somos buenos amigos, si tenemos la confianza de haber viajado juntos, de dormir juntos –algo que Fabio conoce perfectamente y en lo que no ve el menor inconveniente-, ¿no era lo “normal” que mi trato hacia él –y viceversa- fuese cercano y afectuoso como siempre?

Pero fue él quién decidió marcar las distancias. Se dejó llevar en momentos concretos, en los que me acariciaba leve y respetuosamente, en los que quiso jugar conmigo –peleando en mitad del bosque -luchando como dos niños-, con ramas a modo de espadas y correteando el uno detrás del otro, porque me había quitado la chaqueta o la gorra y me la había dejado en lo alto de un árbol…- Tuvimos momentos realmente simpáticos, ejemplo de esa complicidad que compartimos, momentos para “picarnos” el uno al otro afectuosamente… Pero transcurridos varios días de estancia las cosas fueron cambiando de forma muy gradual. Mattia cada vez buscaba más momentos para estar a solas, en su habitación, o me rehuía sutilmente cuando me sentaba para charlar con él, evitando quedarse a solas conmigo. Y conforme esa sutil distancia aumentaba, yo me iba sintiendo mal y aumentaba el calibre de las ironías que soltaba dirigidas a él. No podía evitarlo, aquella situación me hacía sufrir.

Los días y las noches se fueron alternando con pequeños momentos de cercanía, y sobre todo de lejanía -aunque sutil- por su parte. Yo no dejaba de preguntarme: “pero si dice que es mi amigo, que ya no siente nada por mi, ¿entonces por qué no actúa como tal y es incapaz de mostrarse cercano y natural como cuando estamos a solas?” (Y no me refiero al hecho de meterse en la cama conmigo, pero si de sentarse a mi lado a charlar un rato). Aimmss...

Incluso llegué a notar que, por debajo de esa fachada de sonrisa amable y cortes que siempre mantiene, en unos pocos momentos –muy concretos- descargaba cierta rabia conmigo que me dejó sorprendida, y dolida. En una de esas ocasiones, yo había sido un poco insistente con una broma –reconozco mea culpa, a veces soy una petarda-…
Estábamos a solas, y, repentinamente, respondió como nunca le había visto. Se levantó, y alzando la voz exclamó: “déjalo ya, vale? No insistas más!” Percibí un claro tono de rabia en su voz, exagerado, fuera de lugar.

Cuando decidí ir a buscarle a su habitación un rato después, para hablar con él y preguntarle por lo que sucedía -y de paso pedirle disculpas por mi insistencia-, me encontré a un extraño. Supuestamente era mi amigo, pero me estaba abriendo la puerta sin dejarme pasar a su habitación, diciéndome que podíamos hablar en el pasillo. Hemos dormido semidesnudos, abrazados, en multitud de ocasiones y ahora.. ¿Ahora me abría la puerta asomando tan solo la cabeza?

Aquello me pareció humillante, y salí disparada, diciéndole que no valía la pena, que lo olvidara.

Al día siguiente tuve que hacer un esfuerzo para aparentar una cierta normalidad, pero la rabia que sentía ante su comportamiento incongruente me controló durante algunas horas y no pude evitar ignorarle. Me decía a mi misma: ¿si somos "solo" amigos, y todos –incluido Fabio-, saben que tenemos confianza, no resulta precisamente extraño que mantengamos tanto las distancias? No parecería eso un síntoma de que, precisamente, nuestro comportamiento no era normal?

Transcurridos un par de días, y de forma impulsiva, aproveché uno de los pocos momentos que compartimos a solas y le pregunté:

- ¿Al final te has sentido incómodo o cortado como esperabas?

Me observó durante un rato, con una mirada neutra que no logré descifrar. Luego bajó la cabeza, pero no me respondió. En ese momento entró alguien a la sala y no volví a insistir sobre el tema.

He pasado todo el viaje pendiente de Fabio y de Mattia, pendiente de no hacer nada que pudiera herir los sentimientos de alguno de los dos, pendiente de no prodigar muestras de afecto físicas exageradas delante de Mattia, pero tratando al mismo tiempo de mantener mi papel como “consorte” perfecta. Complicado, porque la actitud de Mattia era la de apartarse, marcar las distancias, pero al mismo tiempo permanecer lo suficientemente cerca y atento a mi como para delatar que, en realidad, buscaba mi atención y que, en cierto modo me exigía hacer un esfuerzo para estar con él. Y todo a cambio de bien poco.

A pesar de todo, el viaje parecía transcurrir con normalidad. Fabio estaba feliz de estar allí conmigo y con los demás, la niña lo estaba pasando genial, y mi amiga… Mi amiga sé que oscilaba entre los momentos en los que nos encontrábamos todos bien y los momentos en los que era consciente de que pasaba algo entre Mattia y yo.

Durante esos días me sentí un poco impotente, pero no habría podido dedicar más atención a Mattia de la que le ofrecí sin descuidar por completo a Fabio. Y os aseguro, que por momentos, fue mucha, incluso demasiada. Al hacer el balance del viaje he sido consciente de que dediqué mucho más esfuerzo y atención al primero. Quizá por eso me chocó tanto algo que me dijo el último día, antes de regresar a Italia.

El viaje de vuelta también fue agradable, lleno de bromas y de juegos. Durante las visitas anteriores Mattia y yo habíamos adquirido la costumbre de coger una habitación doble para los dos él último día, de forma que yo pudiera acompañarle al aeropuerto en coche (debía embarcar a las 7 de la mañana, como otras veces). En ocasiones ha sido incluso una habitación en la que no hemos dormido, porque hemos llegado a pasar toda la noche de marcha… Y cuando hemos estado juntos ha sido una oportunidad para pasar la noche abrazados, o simplemente cogidos de la mano.

Pero ésta vez fue diferente.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Dos son compañía (IV)


A la mañana siguiente nos levantamos tarde. Despues de una hora de charla, sentados en el sofá de mi casa, acabamos abrazados durante un larguísimo rato. Cuando nos levantamos, te pedí que continuaras haciéndolo. Me gusta sentir tus brazos rodeándome con fuerza, mientras nuestros cuerpos se mantienen pegados, de frente. Posiblemente porque sea lo más próxima que me dejas estar a ti.

Aquel abrazo fue especial, muy especial. Nos estábamos sujetando con fuerza, cadera con cadera, y tú comenzaste a temblar como un niño, entre mis brazos. No sé de donde saqué la fuerza, pero finalmente logré separarme de ti. Sentía que, con toda probabilidad, aquel sería nuestro último abrazo en este viaje.

En un momento concreto, me dijiste que pensabas que te sentirías mal cuando estuviéramos con Fabio, y me lanzaste una pregunta que yo malinterpreté:

- ¿Tú no sentirías mal si estuvieras en mi lugar?
- Claro que si, me sentiría mal porque siento algo por ti (los ojos me brillaron al pensar que podía referirse al hecho de sentirse celoso)
- Me refiero a que posiblemente me sienta incómodo, cortado, cuando esté con él.
- ¿Pero si no sientes nada por mi, y no has hecho nada de lo que debas arrepentirte, por qué deberías? ¿No debería ser yo la que me sintiera mal por sentir algo por ambos? (de nuevo, me había sentido decepcionada por su respuesta. Se había limitado a decirme que se sentiría incómodo por la situación. Pero no me parecía justo, teniendo en cuenta que: a) ni siquiera nos hemos besado y b) supuestamente él no busca una intencionalidad sexual en nuestros encuentros, así que, ¿por qué preocuparte o sentirte culpable?)

¿De qué deberías tú sentirte culpable si tienes claro que no ha pasado nada entre nosotros?

Porque yo solo me sentiría cortada si sintiera algo por la otra persona, si sintiera que hay algo especial entre ambos…

Dimos por zanjado el tema, almorzamos juntos y salimos de vuelta para mi tierra, punto de partida de nuestro viaje.

Fue una jornada tranquila, muy agradable. Yo había dado por cerrado el asunto de la noche anterior y los dos estábamos tranquilos, así que lo pasamos realmente bien.

Incluso te hablé de mi blog (obviamente no te dije que escribía sobre ti, sobre nosotros)… Eres informático, así que me pediste permiso para buscarlo, como si fuera un reto. Por supuesto, te dije que no, a pesar de que estuviste insistiendo como pocas veces.

Decías que podías encontrarlo, sin ninguna información, en menos de una hora. Yo me reía, y te decía que no me lo podía creer. Así estuvimos jugando un rato, hasta que, finalmente, te pedí que, bajo ningún concepto, intentaras buscarlo.

Creo que, en ese sentido eres un hombre de palabra y sé que no lo harás. Porque de no ser así este blog habría desaparecido.

Durante el resto de la velada nos comportamos como dos amigos, charlamos y reímos hasta que llegó la noche. No volvimos a hablar sobre el viaje que nos esperaba.

Al llegar al hotel cada uno se metió en su cama, y dormimos hasta el amanecer.

Empezaba una nueva etapa.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Dos son compañía (III)


Tres.

Durante el rato que siguió acabamos retomando las caricias, y tú acercaste tu rostro al mío. Como tantas otras veces, pensé que por fin ibas a besarme... Cuando quise darme cuenta tus labios estaban dolorosamente cerca de los míos, sobre ellos, levemente separados tan solo por la suave longitud de tu barba, por un par de milímetros. De ahí al cielo... O al infierno.

Pero no pasó nada más. Nos quedamos así durante un rato eterno, infinito, silencioso salvo por el batir de mi sangre, que me perforaba los oídos. Finalmente fui capaz de mover mi boca con suavidad, ansiosa por sentir el roce de la tuya. Fue un contacto rápido, fugaz, interrumpido por el movimiento de tu cabeza al apartarse. Y el maldito silencio.

Y de nuevo, tu particular coreografía. Lo recuerdo con una nitidez lacerante: acercas tu boca a mi mejilla, lo suficiente como para hacerme creer que es un modo de intentar vencer algo y besarme, pero permaneces cerca, demasíado cerca, sin hacer nada más. En esta ocasión no intento nada, y me limito a disfrutar de tu cercanía.

A menudo pienso en las razones por las que haces –y has vuelto a hacerlo- eso tantas veces. Ese aparente acercamiento -que en cualquier otro hombre sería evidente, para besarme-... Colocar tu mejilla, tus labios quietos sobre mi hombro. Levantar la cabeza una y otra vez, aproximarte y alejarte infinidad de veces, para ir subiendo gradualmente con tu rostro hasta acercarlo al mío, mejilla con mejilla. Y luego, nada.

Tan solo un recordatorio infinito del recorrido que yo misma hice para dar mi primer beso.

Me pregunto por tus razones... Me pregunto si en realidad lo deseas y algo tremendo te frena, me pregunto si lo haces en un intento infructuoso de darme a mi lo que necesito aunque no sea lo que tú quieras, me pregunto si lo bloqueas porque yo estoy cerca, pero al mismo tiempo lejos de ti, me pregunto si en realidad es el último propósito que tienes en mente... Me pregunto si, ciertamente, es posible que puedas buscar y desear tanta intimidad conmigo, que puedas llegar a temblar como un niño cuando te abrazo, y que puedas realmente no desearme.

En realidad, me sigo preguntando tantas cosas...

Antes de que nos durmiéramos encontré por fin valor para decirte lo de Fabio:

- Al final viene Fabio al viaje. No era seguro, pero ya está confirmado.
- Yo ya sabía que era posible que viniera –comentaste, en tono tranquilo-
- ¿Habrías decidido no venir si lo hubieras sabido con seguridad antes?
- Es igual, no tiene importancia.

No volvía a insistir con nada más esa noche. Estaba cansada y deseaba dormir. Permanecimos abrazados en una de las camas, hasta que se hizo de día, pero creo que ninguno de los dos durmió demasiado.
Posiblemente, y siendo jocosa (lo digo con una sonrisa en la cara), también contribuyera el hecho de que fuese una cama de 70. Hay que ser masoquista, en todos los sentidos...

Al día siguiente apuramos en el hotel hasta última hora. Dimos una vuelta por el pueblecito –te apetecía verlo-, y salimos para almorzar en algún lugar, junto a la playa. Allí, y durante el largo recorrido en coche te hablé de mi problema con el tema médico. Nos conocemos desde hace mucho, y sé como funcionas. Pero a veces me sigue asombrando esa capacidad tuya para no preguntar por las cosas, aunque tengas muchísimo interés en ellas.

- ¿Sabes? Cuando nos vimos en el otro viaje esperé a que en algún momento me preguntaras cómo estoy, pero debo ser sincera y admitir que no me sorprendió que no lo hicieras.
- No me gusta preguntar sobre ciertas cosas, prefiero que sea la otra persona quién saque el tema si es algo que puede hacerle daño.
- Ya, pero no puedes esperar a que yo te diga “sabes, me siento mal. Por qué no me preguntas como estoy?
- A muchas personas no les gusta hablar sobre ello, y podrían sentirse mal al sacar el tema. A mi no me gusta la idea de que la otra persona lo pase mal o se sienta incómoda por mi culpa.
- Ya, pero la “otra persona” siempre tiene la posibilidad, si preguntas con discreción y cortesía, de cambiar de tema y decirte que no desea hablar, no?. Lo que no puedes es dejar que un amigo piense que no te interesas por él/ella. Si yo no te conociera, pensaría que no te importo.
- Yo no lo veo así.

Madre mía, qué marmolito!. No hay manera, confundes los límites y mezclas la idea de “invadir el espacio personal del otro” con la de “hacer una pregunta de cortesía, tantear al otro para ver como está y ver si desea hablar del tema”. Pero claro, con tan pocas estrategias en el bolsillo no me extraña que decidas callar.

Durante el trayecto en coche decidí contarte lo que me sucedía. Era un tema muy personal, muy privado, y aún hoy me planteo si hice bien, por lo que implica. Tú me escuchaste atento, e incluso tuve la impresión, como otras veces, de que en algún momento te sentías verdaderamente triste por mí. Escuchaste en silencio, con respeto y con atención, y me dijiste que te alegrabas de que te lo hubiera contado, que “no debía arrepentirme”.

Sé que en el fondo te lo conté porque necesitaba hacerte saber algo que se había quedado a medio decir en junio.

Finalmente llegamos a nuestro destino y encontramos un restaurante para comer a la orilla del mar. Para mi sorpresa, transcurridos diez minutos, aparecieron un grupo de italianas (de las típicas, todas monísimas, con veintipocos) que se sentaron a mi espalda, de frente a ti. Madre mía, como de idiotas nos volvemos a veces las mujeres! Os resulta tan fácil ponernos verdes de celos! Da igual lo inteligentes, maduras o libres que seamos. Todas, antes o después, caemos.

Así que pasamos la comida aparentemente tranquilos; tú, atento a la conversación de las chicas de tarde en tarde, y yo, para no ser menos, atenta a la conversación de la familia que tenía enfrente, mientras me preguntaba: “hay que joderse, ya es mala suerte. Mirar que ir a sentarse precisamente una panda de italianas… Seguro que alguna te ha gustado”.

Creo que esta claro quién salía perdiendo con las vistas, no?

Finalmente, después de un par de horas, nos levantamos para acercarnos a la playa, y a ti no se te ocurrió otra broma que hacerme, que mirar hacia ellas y decirme “ohhh, ya nos vamos? Qué pena!”. En ese momento te habría asesinado. Después de lo que había pasado la noche anterior, después de lo que te había contado esa mañana, después de haberte dicho que siento celos hasta de tu sombra me haces una broma así???

Pero nada, yo sonreí –como nos han enseñado a hacer a las mujeres- y te dije “bueno, si quieres puedes quedarte tú, claro”.

Al llegar a la playa yo me fui de cabeza al agua, y tú te quedaste a la sombra, tendido. Cuando tuve la certeza de que estabas dormido cogí mis cosas y volví a la terraza del bar, para tomarme algo y leer un rato. En esta ocasión fui yo la que se divirtió un poco, observando desde la distancia como te despertabas -pasado un rato- y me buscabas, probablemente acojonado al ver que mi bolso y yo habíamos desaparecido.

Finalmente acabaste por divisarme en la distancia –si te hubiera visto realmente preocupado te habría avisado. Llevaba las gafas de sol puestas y fingí que estaba leyendo y no te veía- y te quedaste tranquilo. Cuando volví, a los diez minutos, tú también leías tu libro.

- Ah, ya te has despertado! –dije yo, con la mejor de mis sonrisas-
- Si, hace un rato.
- Me fui para tomarme algo, y como estabas dormido, no quise despertarte. De todas formas, pensé que volvería antes de que espabilaras. Espero que no te hayas preocupado…

El resto de esa tarde, en la playa, fue un poco extraño (aunque a éstas alturas os preguntaréis: pues no es ninguna novedad entre vosotros, no?). Te pedí que me leyeras un fragmento de un libro, en italiano, que tú mismo me habías regalado en Francia. Me apetecía escucharte -tienes una voz agradable-, y quería volver a la normalidad, sin malos rollos.

En el libro se narra un episodio bastante duro, en el que uno de los protagonistas, siendo un niño, es violado por otro. Cuando me di cuenta de que te estabas acercando a esa escena, consciente de lo triste que es (he visto la película), te pedí que lo dejaras.

Me diste las gracias, te tumbaste en la toalla, boca abajo, y , para mi sorpresa, observé que empezabas a llorar, en silencio, con la cara oculta bajo una de tus manos.

Te miré durante un rato, y cuando encontré el ánimo suficiente para hacerlo te pregunté, con dulzura:

- Qué te sucede? Estás bien? Por qué lloras…?

Me miraste, de nuevo en silencio, y volviste a esconder rápidamente el rostro.

Cuando pasado un rato te incorporarte de nuevo, más sereno, te pregunté algo que me he preguntado a mi misma mil veces, mientras apoyaba suavemente mi mano en una de tus mejillas:

- Es que a ti te sucedió algo parecido alguna vez? Es por eso por lo que lloras?
- No – me dijiste con tranquilidad, más con tu cabeza que con tu voz, aunque con firmeza-.

Te observé durante unos instantes, buscando un cambio sutil en tu expresión, una señal de dolor o de tristeza en tus ojos… Pero no fui capaz de ver nada.

- Entonces por qué llorabas así?
- Por que me parece muy triste.

No volví a insistir, aunque pensé, como tantas otras veces, que nos duelen las cosas que nos son cercanas, y que con frecuencia lloramos por aquello que hemos sufrido o que conocemos bien. Pero si es cierto que tú has llegado a vivir algo parecido, o lo has visto en alguien a quién querías, no me lo dirás. Al menos, no por el momento.

A mi, aquel momento del libro me pareció muy, muy triste. Pero yo no sentí la necesidad de llorar.

Durante las siguientes horas estuvimos hablando sobre nuestras familias, sobre las complicadas relaciones que los dos tenemos con ellas, sobre nuestros padres, y sobre otras cosas… Y volvimos a la normalidad.

Con la última luz de la tarde salimos para ir a casa a cambiarnos, porque ésta noche si salíamos de verdad. Íba a llevarte a una clase de salsa, cosa que no me habría perdido ni en un millón de años… Tener la oportunidad de bailar contigo (no eres consciente del ritmo que tienes, cabrón, y se te da bien. Aprendes muy rápido) pegadita pegadita…Ummmm!

La clase de salsa –en un pub- fue divertida, buenísima. Tal vez demasiado. Reímos muchísimo, tú pasaste más vergüenza que la otra vez (esta era nuestra segunda vez), e incluso te animaste a bailar un rato conmigo al terminar, en vez de apoltronarte en la barra a mirar a la gente, como haces algunas veces.

Era tan bueno que no podía durar. Estábamos bailando, después de terminar. Yo me sentía feliz, pletórica, porque te había visto relajado y pegado a mi, tanto como para dejarme sentir todo tu cuerpo unido al mío mientras bailábamos. Madre mía, con qué poco me conformo, no? Parezco una niña disfrutando con un caramelo… Jajaja!

Incluso había hecho un esfuerzo para que no me molestara saber que habías ido antes a algún local con tus amigas, en Roma, y que te apetecía aprender porque te avergonzaba no saber bailar bien. Durante un fugaz instante me pregunté hasta qué punto estabas allí por disfrutar conmigo o por aprender para disfrutarlo con alguna de ellas, pero no quise darle espacio en mi cabecita.

Allí estábamos, bailando. Y yo, feliz como una niña, lo prometo.

Encontes te miro, te sonrío, y tú me sueltas de repente -con una sonrisa, pero con poquísima vista-:

- Qué? Qué pasa, es que solo te puedo mirar a ti?
- Pero a qué viene eso? No, por supuesto, puedes mirar a quién te de la gana –dije, esforzándome para que mi cara no reflejara lo mal que me había sentado aquello-.

Pasé el resto de la noche como una adolescente cabreada, sonriéndole con cara falsa y destripando con la mirada a todos los tíos del local, aunque no me interesaban en absoluto. A pesar de todo, a última hora fui capaz de decirte cuanto me había molestado aquel comentario:

- Sabes, me molestó mucho que me dijeras aquello, porque no era para nada lo que tenía en la cabeza.
- Ya, pero como es algo que me has dicho otras veces…
- Eso fue hace tiempo, y ni de lejos era lo que pensaba decirte. Además, desde entonces tú sueles hacer un esfuerzo para no hacerme sentir desplazada. Por qué debería decirte nada?
- Es que si yo fuera tu novio sería lo normal, no? Que sólo te mirase a tí... Pero no lo soy, así que lo normal es que pueda mirar a mi alrededor.

Ya estamos con el comentario del novio! Va por la tercera o la cuarta vez desde el año pasado. “Ya lo sé, idiota, tengo claro que, aunque me joda, no soy nada tuyo” me habría gustado decirte…

Este es un viejo tema de conversación entre nosotros. ¿Qué pasa si tú –chica- sales con un amigo- chico- de marcha y no tienes intención de ligar porque ya tienes pareja? (Y total , él tampoco va a ir más allá de mirar, porque es un marmolito).

Pues que, como con cualquier otro amigo, miras a tu alrededor, pero tratas de pasar la mayor parte del tiempo con él, no? Más que nada porque siendo mujer, si estás con un tío (el resto del mundo dará por hecho que es tu pareja) y miras a otros, quedas como el culo, no?. Da igual que el chico en cuestión te guste o no, que la tía que está al lado se lo esté comiendo con los ojos y que tú estés quedando como la “novia gilipollas”. Esa es otra historia y los celos ya te los comerás tú solita…

En fin, al final la noche acabo estropeándose, porque aquello me molestó infinitamente. Eso si, estuve coqueteando con un chico más mono….!

Aggg… Magro consuelo para mí.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Dos son compañía (II)

Dos.

No recuerdo en qué momento, ni como, pero soy consciente de que ninguno de los dos llegó siquiera a darse una ducha. Nos dejamos caer sobre las camas, y antes de que pudiera darme cuenta estábamos abrazados. Probablemente fue como siempre: tú te acercarías peligrosamente a mí con tu cara de niño bueno, sonriéndome. Pondrías tu mano cerca de la mía, y yo respondería colocando la mía sobre la tuya.

No salimos del hotel esa noche. Permanecimos tumbados, acariciándonos, abrazados, hasta las tres de la madrugada. En ésta ocasión no todas las caricias fueron mías, aunque las tuyas -como siempre-, se volcaron en mi pelo, en mis brazos, en mis manos, en mi costado, en mi espalda desnuda... Sin llegar a detenerse en ningún lugar prohibido.

Aprendí de memoria cada rincón de tu pecho, de tu vientre, de tus pezones, pequeños y oscuros,a los que provoqué, traviesa, una y mil veces. Jugué con el elástico de tu slip, siguiendo con mis manos la línea tan claramente definida por él en tu cuerpo... Hasta introducir con timidez y suavidad las yemas de mis dedos, sin atreverme a nada más. Cuando finalmente pensé que te habías rendido, y que me permitirías avanzar con mis caricias, colocaste tu mano suavemente sobre tu cuerpo, a modo de barrera. De nuevo, no tuve la oportunidad de ser yo quién decidiera o no hacerlo.

Incluso en aquel momento me habría parecido extraño por tu parte, y atrevido por la mía. ¿No me besas, pero me dejas meterte la mano en el pantalón?

También me pregunto si yo habría sido capaz de hacerlo. Pero no lo sé, la verdad.

Madre mía, que frustrante resulta todo esto...

Una vez cerradas las puertas del cielo -si, otra vez más-, volví a plantearte algunas preguntas, a las que diste las mismas respuestas de siempre, entretejidas en la insoportable longevidad de tus silencios:

- ¿Cuándo fue que sentiste algo por mi?
- Da igual. Ahora ya no importa.
- A mi si me importa (de todas formas dejé de insistir, sabía que no me responderías).
- Ya me has hecho saber que te parezco una mujer hermosa, atractiva. ¿Por qué no deseas besarme? (ya lo sé, parezco masoquista, pero esto me surgió de nuevo, de forma impulsiva, después de que nos acariciáramos durante horas)
... Silencio...
- ¿Por qué crees tú que no lo hago?

En ese momento fui incapaz de decir lo que realmente pensaba (que tienes miedo), y como buena idiota, solté la respuesta que precisamente no quería oír, esperando a que tú la negaras.

- ¿Por que no me deseas?.

Después de otro silencio eterno, y de más abrazos y caricias contenidas, me preguntaste:

- ¿No quieres que salgamos ésta noche?

Yo me callé las ganas de gritar que no, que deseaba quedarme allí, en la cama, disfrutando del tacto de tu cuerpo y de tus brazos, de tus manos... Pero fueron otras palabras las que, encadenadas a una sonrisa, salieron de mi boca:

- Claro. En cuanto me respondas nos iremos.

A pesar de todo, estaba cansada de tanto silencio y de tanta espera, así que una parte importante de mi deseaba que la tortura terminara rápido, que respondieras y pudiéramos salir a dar una vuelta. Pero ya sabes lo terca que soy, ¿no?

Volví a lanzarte la pregunta, exigiéndote una respuesta. Hizo falta más tiempo para que me respondieras en un susurro...

- Ya lo has dicho tú.
- ¿Qué? ¿Que no me deseas...?
¿Y si no me deseas por qué me acaricias así, por qué estás aquí conmigo? Yo jamás permitiría a un amigo por el que no sintiese algo que me tocara como yo te toco. Jamás me metería en una cama con un amigo, jamás le acariciaría y le daría pie a sentir lo que tú me haces sentir si no estuviera loca por él. ¿Un amigo te deja que le acaricies las nalgas, que te deleites acariciando con tu lengua y con tus labios su cuello, su rostro, su oído... si no siente nada por ti? Perdona, pero un simple amigo que no siente nada no hace lo que haces tú, no me toca como me tocas tú.

En ese momento me sentía enfadada, y me incorporé para sentarme en la cama, alejada de ti. Permanecíamos a oscuras y solo vislumbraba tu silueta. También tú te incorporaste, y sin darme tiempo, me lanzaste una pregunta con la absurda ingenuidad que solo los niños poseen, y con un eco de dolor y de impotencia en tu voz:

- ¿Entonces esto quiere decir que no podré tocarte más así, que no podré estar así más contigo?

Primero, la sorpresa. Luego, un ramalazo de miedo y cobardía subió por mi espalda. ¿Cómo iba yo a poder renunciar a eso?? Me estabas diciendo que necesitabas esas caricias, que las querías aunque llegasen siempre a ese límite tan definido... De esa forma conseguiste lo que deseabas, que yo cambiara de tema dejándote claro que si, que dejaría que me tocaras hasta donde tú quisieras llegar.

- ¿Tal vez piensas en otra persona mientras me acaricias, o cuando te dejas acariciar? Pregunté...
- No, no pienso en nadie más –respondiste con claridad, sin dudas-.

...

viernes, 4 de septiembre de 2009

Dos son compañía (I)

Paradójicamente...Uno

Me pasé por el aeropuerto a recogerte a las cuatro de una calurosa tarde de agosto. Fue una media jornada tranquila, divertida e intensa. Playa, cine y marcha por la noche –todo lo que sabía que tú querías hacer-.

Al día siguiente salimos para pasar un par de días en un pueblo de costa muy animado, con una vida nocturna fantástica. Te había hablado en varias ocasiones de él, aunque en ésta, concretamente, te había dicho que no podía ser porque yo no tenía dinero para el hotel. Me respondiste inmediatamente con un e-mail con el alojamiento ya elegido, y una simple nota que decía: “de la reserva me encargo yo. Qué te parece?”.

De nuevo, interpreté tu gesto como una señal de interés por estar conmigo, por pasar una noche juntos, y no como un simple deseo de conocer sitios nuevos y salir de marcha.

A pesar de la vergüenza que me provocaba el hecho de que volvieras a invitarme, acepté, porque esta pequeña escapada suponía dormir una noche a tu lado, en la misma habitación.

Salimos a media mañana, llegamos al pueblo y buscamos el hotel y un sitio para comer al que yo deseaba llevarte. Durante el almuerzo me enseñaste algunas fotos, y un vídeo de la salida que habías hecho la noche antes de llegar -en Roma- con algunas de tus amigas. Habíais tropezado, sin esperarlo, con un espectáculo de música y fuegos artificiales magnífico en Piazza di Spagna, así que traté de controlar la envidia y los celos que me corroían, por no haber estado allí contigo, y te mostré la mejor de mis sonrisas.

Pero en el fondo, me jodía que Gabriella y las demás hubieran querido quedar contigo para despedirse antes de que vinieras a buscarme.

Tampoco dejaba de pensar en el hecho de que ellas se marchaban a Sicilia, y de que habían querido que tú también fueses.

Antes de comer seguimos viendo más fotos, mientras esperábamos a que alguien dejara una mesa libre. Aproveché para preguntarte por tu familia, y tú, por primera vez en ocho años, me mostraste una imagen de tu hermano mellizo. Tenía tantas ganas de verle, de saber hasta qué punto se parecía a ti... Me habías dicho en más de una ocasión que él era “el guapo” de los dos, y yo había aprovechado para dejar caer con una sonrisa un “pues si él es el guapo y no tú, será para verlo, no?”. Le miré detenidamente durante unos minutos, llena de curiosidad y de satisfacción, dándome cuenta de lo diferentes que erais, y buscando, al mismo tiempo, todos los pequeños rasgos que compartíais: un cierto aire familiar, los ojos, la nariz, la forma de la mandíbula... En ese momento tuve, de nuevo, claro, quién de los dos era el más guapo, y quién el atractivo. Y así te lo dije:

- No estoy de acuerdo contigo, tú eres más guapo que tu hermano.
- No, él es más guapo que yo, siempre lo ha sido.
- No opino lo mismo (pero ni de lejos!)
- Las chicas siempre le han mirado a él cuando íbamos juntos por la calle.
- Claro, eso es porque él es seguro de sí mismo y resuelto.
- Que no, que no tiene nada que ver con eso. Incluso estando en el autobús, por ejemplo, sin que estuviéramos hablando. Podía acercarse una chica y comenzar a hablar con él.
- Ya, pero eso es porque una persona que se sabe atractiva lo dice todo con la postura corporal, con la mirada, y a las mujeres nos llaman la atención los hombres así. Tú eres el tímido, y también lo dices todo con tu cuerpo, sin abrir la boca.
- No tiene nada que ver con eso, de verdad.
- Pues claro que si –respondí con una sonrisa-.

En ese momento volví a ver la falta de autoestima que hay en ti, y tu inseguridad, que te llevaban a querer ver solo la razón más obvia: tu hermano tenía más éxito con las mujeres porque era, en tu opinión, más atractivo físicamente, y no porque tuviese la suficiente cara dura y la seguridad necesarias para saber mirar y atraer a una mujer sin abrir la boca. Pero decidí no insistir más.

Al terminar permanecimos sentados en el mismo sitio, durante casi un par de horas más. Era un local agradable, junto al mar, y la mesa en la que estábamos se encontraba cerca de unos escollos, a pocos pasos de la orilla.

Fue un rato de confidencias –como siempre, más por mi parte que por la tuya-, un rato de reflexión y de dudas, en el que traté de decirte una cosa que solté en mi cabecita mil veces en silencio, pero que, finalmente, no fui capaz de articular con palabras.

Durante unas horas sentí un bloqueo parecido al que veo en ti; mi boca trataba de moverse para emitir un sonido, pero mi garganta se negaba a darle forma al aire que salía. Y dolía... Y todo, para formular un simple “Sabes? Si tú me hubieras respondido otra cosa en Francia Fabio no vendría a este viaje”. Pero aún no te había dicho nada al respecto y la cobardía me pudo.

Nos marchamos de allí cerca de las siete, y nos dirigimos hacia la playa para descansar un rato, aprovechando las últimas horas de sol. Con el último fragmento de luz nos levantamos y volvimos a nuestro hotel para ducharnos, cambiarnos y salir disparados. Nos esperaba una larga noche de marcha.

Para eso habíamos venido, ¿no?

...

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Fuck you (very much)...

... Es el título del nuevo sencillo del último cd de Lilly Allen (It´s not me, it´s you).

Una canción fresca, divertida e irreverente, como la "enfant terrible" que la interpreta.

Y el mensaje, contundente y directo, para enviarlo a alguno de vez en cuando, no os parece?

;-)

"Fuck you, fuck you very very muuuuuch..."


">