05:35 a.m.Saqué fuerzas de flaqueza y me separé de él tomándole de la mano, ajena al resto del mundo. Mattia me siguió dócilmente y salimos al exterior del local.
Allí nos encontramos con varios compañeros del grupo de teatro que estaban charlando en la puerta, y nos despedimos hasta nuevo aviso, caminando tranquilamente sin tocarnos hasta doblar la esquina.
Al girar yo me acerqué de nuevo a Mattia y volvimos a comenzar con el juego, entre suspiros e íntimos roces, durante otro rato que pareció interminable. Pero de nuevo, sin besarnos. Finalmente encontré la fuerza para soltarme de nuevo de él, y mientras me abrazaba caminamos casi en silencio, como dos borrachos, hasta llegar a casa.
Mattia no me soltó hasta que fui yo la que se apartó, al llegar a la escalera, después de una larga caminata de media hora, embriagadora, que a mi se me hizo eterna.
No sabía lo que iba a pasar cuando traspasáramos la puerta. Le deseaba con locura, pero al mismo tiempo sentía miedo, y una parte de mi me decía que las cosas no iban a resultar tan fáciles como parecían. Había conseguido ya demasiado para tratarse de una insignificante noche, después de tantos años de espera...
06:00 a.m.Al entrar en casa Mattia me dijo que deseaba entrar al baño. Pasó un pequeño rato dentro que se me hizo eterno por lo que me sugirió, en especial cuando oí correr el agua del grifo y tuve la certeza de que saldría por la puerta con el control de nuevo entre sus manos.
En efecto, no me equivocaba. Salió del baño, y en lugar de venir a buscarme se dirigió a su habitación. Entonces decidí que aquello no era justo, y, tras unos instantes de duda, llamé a su puerta.
Permaneció sujetando la puerta, a medio abrir, en mitad de la oscuridad durante un par de minutos, sin que ninguno de los dos dijera nada hasta que yo logré abrir la boca:
- No somos dos chiquillos de 15 años, no podemos dejar las cosas así. Debemos terminarlas o hablar sobre ellas.Mattia asintió al tiempo que abría la puerta, permitiéndome pasar. Le abracé de nuevo, y de nuevo, no me rechazó. Pero en ese momento fue capaz de romper el silencio con firmeza:
- Está bien, me quedaré contigo, pero no voy a hacer nada.
- ¿Qué quiere decir que te quedarás conmigo?
- Que dormiré contigo.
- ¿Dónde? (pregunté yo).
Me tomó de la mano sin responder y me condujo suavemente hasta mi cama, tumbándose en el lado en el que yo siempre duermo. Llevaba unos slips ajustados y una camiseta de tirantes que no quiso quitarse, aunque en otras ocasiones había dormido conmigo sin ella. Yo le pregunté si tenía inconveniente en que me quitara el vestido y me tumbara, en bragas, a su lado, como tantas otras veces hemos hecho (dormir semidesnudos y abrazados) a lo que respondió indicándome con un gesto que no, que no era un problema.
Como siempre, miró mi rostro y mi cuerpo mientras sacaba el vestido por mis hombros, e hizo que me sintiera vulnerable, poco atractiva y avergonzada...
Me tumbé a su lado, y a partir de ahí puedo decir que intenté sacar partido a todas y cada una de las armas que poseo como mujer, os lo puedo asegurar. No me defino como una mujer excepcional, preciosa. No siento que tenga un cuerpo hermoso, pero a pesar de ello puedo asegurar que ninguno de los hombres que conozco habría resistido lo que éste hombre resistió aquella noche sin acabar haciéndome el amor durante el resto de la noche (o mejor decir, del día)...
Así transcurrieron cinco larguísimas horas, sin que ninguno de los dos lograra dormir. Yo pegaba malintencionadamente mi cuerpo al tuyo, buscando que encajáramos al milímetro, rebosante de sensualidad y deseo. Le acaricié y le besé la espalda, los brazos, el cuello... El culo. Le colmé de caricias de amante que le hacían temblar, suspirar y acelerar la respiración. Pero nada.
Eso si, es cierto que ahora ya puedo decir que conozco con detalle la mayor parte de su cuerpo, salvo su boca… Y su pene.
Mattia trataba de permanecer la mayor parte del tiempo tumbado boca abajo, o semicostado, en un intento –resulta obvio- de controlar la erección constante que no lograba contener, y, probablemente, de evitar que yo pudiera llegar a acercarme en exceso.
Yo me pegaba a él, él respondía acercando su boca a la mía, a veces tan cercano que me dejaba rozar sus labios inertes y quietos, con los míos. Súbitamente, cuando menos lo esperaba, se giraba ocultando la cabeza en la almohada. Entonces yo, frustrada, me daba la vuelta, para sentir como unos instantes después él se acercaba a buscarme al extremo de la cama.
Mantuvimos ese jueguecito cruel hasta bien entrada la mañana: me acerco, te acercas, nos mantenemos unidos durante un rato, luego tú vuelves a alejarte, yo me alejo, tú me buscas, yo te encuentro… Siento la cercanía de tus labios y de tu cuerpo excitado, algunas leves, tiernas y torpes caricias que delatan tu inexperiencia y que me regalas de vez en cuando, pero nada más. ¿Qué difícil resistirse y qué fácil dejarse adorar al mismo tiempo, verdad?.
11:00 a.m.Llegada ésta hora, y sin que hubiésemos conseguido dormir un minuto, Mattia se levantó repentinamente, sin decir nada, aprovechando un momento en el que yo me había apartado, y se escapó de mi cama.
Tras unos minutos de duda decidí ir a buscarle, en ésta ocasión con la intención de pedirle explicaciones (no ya más caricias, por que, aunque con él me vuelvo masoquista, la cosa llega hasta un “ciertísimo” punto). De nuevo, esa mirada de secreto gozo y de agonía simultánea al verme aparecer, y otras cuatro horas –si, he dicho cuatro. ¿Dije que no soy masoquista?- de idas y venidas, de “dimes y diretes”.
Me senté a su lado, en la cama, y le pregunté:
-
¿Por qué no me tocas más, por qué no me besas? Te parezco guapa, atractiva. Ha sido evidente que estabas excitado…
- No quiero hacerlo.
- ¿Pero por qué? No te estoy pidiendo más que lo hagas, te estoy pidiendo una razón para entender el por qué de tu rechazo a pesar de que te guste.
- No quiero hacerlo (obstinado como él solo, incluso más que yo, que ya es decir).
-
Necesito que me digas algo para entender como eres capaz de contenerte de esa forma si te gusto.Mattia me atrajo hasta si y me abrazó en silencio, mientras yo me tumbaba de nuevo a su lado. Y si, aunque a éstas alturas parezca ya increíble, absurdo, retomamos de nuevo ese juego nuestro tan masoquista mientras yo intentaba obtener respuestas.
Tras preguntarle algunas otras cosas, pasamos la siguiente hora en absoluto silencio, solo roto por alguna respiración agitada –por parte de ambos- y algún gemido ocasional -más míos que suyos, cuando comenzó a acariciarme el pelo, el cuello…- Fue un fragmento de tiempo lleno de suspiros, palabras entrecortadas que no llegaban a tomar forma y miradas interminables e intensas por su parte que me obligaban a bajar los ojos por el peso de los suyos, llenos de intensidad.
Probé a mantener los ojos abiertos. Probé a mantener los ojos cerrados. Noté como se acercaba a mi boca, a mi cuello, a mi hombro, a mi pecho, en los que dejaba de vez en cuando un rastro de suaves caricias. Se miró en mis ojos desde tan cerca, y con tanto dentro de ellos –ahora ya no se qué-, que dolía… Cerraba los ojos, y al abrirlos le encontraba mirándome de tal forma, veía en ellos tanto amor, que me habría hecho derretir un lingote de oro sobre mi pecho. Durante un instante rompí el silencio, buscando apartarme de él porque estaba tan cerca que me sentía incapaz de seguir mirándole, y bromeé diciendo:
-
Me miras así porque te has quitado las lentillas y no ves de cerca… (Sonriendo)
-
No veo de lejos. De cerca veo perfectamente (me lo dijo en tono firme, tierno y divertido).
Durante la siguiente interminable hora llegué a sentir un dolor físico, real, por él, por el sufrimiento físico y emocional que sentía que estaba experimentando, por su incapacidad para hablar, por ese doloroso nudo en la garganta que llegué literalmente a oír en innumerables ocasiones.
Opté por permanecer quieta, en silencio, acariciándole pura y suavemente mientras él hacía lo mismo, tratando de invitarle con mi mirada a luchar, a decirme lo que debía decirme, fuese lo que fuese.
¿Y sabéis que? Vi tanto sufrimiento y tanto dolor en él que llegué a tener miedo de sentir salir de su boca un “te quiero”, y de lo que eso significaría.
Repentinamente, de sus labios salió, en un susurro, tras varios intentos, un tímido “te… escucha!….”. Y de nuevo, bloqueo.
Tuvo que pasar otra hora más hasta que fuese capaz de volver a soltar otro “escucha…”. Y de nuevo, el silencio de los nudos de garganta, y más miradas, llenas de amor (que ahora no sé definir, aunque tengo claro que jamás he visto esa mirada en un amigo o en un simple amante), que me hacían sentir pequeña, débil y vulnerable.
Finalmente, cuando estaba ya a punto de rendirme y comprender que no sería capaz de hablar conmigo abiertamente, resultó ser capaz de llenar de aire sus pulmones:
-
Escucha, por ahora te quiero solo como amiga.
- ¿Por ahora? ¿Qué quiere decir por ahora? Por favor, quita ese “por ahora” de la frase y vuelve a decírmelo de nuevo. (No fue capaz).
Yo me sentía absurdamente tranquila, aunque un poco desconcertada. Esa no había sido la pregunta que quería que me respondiera en aquel momento, ya había comprendido que no me diría otra cosa hacía tiempo.
- Esta no era la respuesta que yo te pedía. ¿Para esto has sufrido tanto, para decirme algo que ya me habías dicho antes de que me marchara?Me miró, sorprendido por mi respuesta, seguramente convencido de que era aquello que yo esperaba.
- Yo ya no esperaba nada de ti en ese sentido. Mis sentimientos han cambiado. Es cierto que aún me siento confusa y que me gustas mucho, pero no creo estar todavía enamorada de ti. Yo deseaba saber lo que significo para ti, qué sientes exactamente, no saber tan solo si me amas o no.Por supuesto, no fue capaz de darme una respuesta.
- Bésame, o déjame besarte. Sólo así podré entender si lo que siento por ti se esfumará en el aire. Será como besar al príncipe del cuento y averiguar si se convierte o no en rana. Aunque ahora ya el príncipe ha sido sustituido por un escudero…
- No es importante.
- Para mi si.
- No lo creo.
- Si me dejas hacerlo, podré avanzar más rápidamente. Si no, tendré que entender yo sola que no quieras besarme a pesar de que me desees. Y eso duele demasiado, ¿sabes?. Me costará mucho más elaborarlo todo.Seguimos así durante un rato, hasta que Mattia me abrazó de nuevo, permaneciendo tumbados otro poco más. Durante éste último pedazo de mañana su mano se movió repentinamente con cierto atrevimiento, llegando a rodear con calidez y deseo mi pecho a lo largo de unos instantes. Volvió a ponerme a mil por hora, y de nuevo, volvió a parar y a cerrarme las puertas del cielo.
Llegados a este punto, quien lea éste relato se preguntará: “Pero, ¿ésta tía es realmente masoquista o qué? ¡Yo no aguantaría eso ni de lejos!”
Y eso mismo es lo que yo diría si en lugar de Mattia se tratara de cualquier otro hombre, o si en lugar de mi historia se tratara de una ajena. Pero con él todo ha sido siempre intenso, complicado, tierno, diferente. Tal vez me acostumbré a sufrir demasiado a su lado…
La mañana finalmente llegó a su fin, y yo logré encontrar la voluntad necesaria para levantarme y alejarme de él. Debíamos viajar y habíamos pasado la mañana en la cama, sin dormir.