lunes, 31 de agosto de 2009

Me fui

...Por eso me fui
pa´echarte de menos,
me fui
pa´ volver de nuevo.
Por eso me fui,
pa´ estar sola,
me fui
pa´ volver
a hacerlo de nuevo otra vez...


">

sábado, 15 de agosto de 2009

Mi tío Paco


Buenos días...!!

Hoy he decidido dejaros un cortometraje que vi en su día en un festival, entre tantos otros que me han hecho reír un ratito. Pero esta vez toca con "atmósfera veraniega", que para eso es la época.

Desde luego, la ambientación es genuina. Mientras lo veía casi podía imaginarme, sentir y hasta oler el aroma del mar de mi niñez.

Es como volver atrás en el tiempo durante un ratito. ¿Y qué me decís del bañador, del corte de pelo y del bigote y las patillas del tío Paco?

Al niño... Pa´matarlo!!! Y la música, qué me decís de la música?

Espero que podáis echar unas buenas risas, o por lo menos sonreír durante unos minutos.

Si puedo, volveré en un par de días a dejaros otra cosa que hace tiempo que deseaba colgar por aquí, antes de salir de nuevo de viaje.

Por si acaso no pudiera, os mando un abrazo enorme!!!!! En cualquier caso, hasta muy prontito!

">

jueves, 13 de agosto de 2009

Yo también te quiero


No es lo que pensábais, eh?

Se trata de un cortometraje mexicano bastante simpático... Me ha hecho reír durante un rato, porque algunas cosas me sonaban. Vale, tal vez no sea mi caso, pero me he acordado de tantos momentos parecidos escuchando a éste pobre chico contar su historia!

Y lo que me he reído al verle con una erección enorme corriendo a tumbarse boca abajo en la cama! Me acordaba de Mattia, que pasa la mayor parte del tiempo así cuando dormimos juntos (boca abajo, claro!). Lo otro lo intuyo, pero no lo veo... Jajaja!

En fin, merece la pena verlo para echar unas risas, chicos.

Un besito, y buena jornada a todos y a todas!!!

">

miércoles, 12 de agosto de 2009

Expiación


Expiación (Ian McEwan)

McEwan nos conduce hasta una familia burguesa afincada en la campiña inglesa, en 1935. Allí nos va presentado a una serie de personajes a través de su protagonista y nararadora -Briony-, una niña de 13 años, observadora, sobreprotegida y maliciosamente inocente que sueña con llegar a ser una gran novelista.

A través de sus ojos vamos conociendo a la hermana mayor –Cecilia-, una joven moderna e insatisfecha con su modo de vida que desea cambiar las cosas y empezar de cero en algún otro lugar, a Robbie -hijo de la criada y beneficiario de la protección y el apoyo económico del señor de la casa-, en el que se intuye inmediatamente una profunda atracción hacia la joven, a la señora de la casa y madre de ambas hermanas –una mujer afectada por jaquecas continuas que, lejos de permanecer ajena a todo, como el tópico que sería de esperar, sorprende por la atención que presta a sus hijas y por la claridad con la que observa y medita sobre la realidad y sobre las personas que le rodean en la soledad de su habitación... Pero a pesar de esa aparente lucidez se equivocará juzgando a una persona.

El padre, siempre ausente, es una figura de la que todos hablan, pero que nunca llega a materializarse con voz en las páginas del libro.

A raíz de la incorporación de nuevos personajes -unos toman peso y otros parecen diluirse entre las páginas del libro-, y siempre a través de los ojos de la inteligente y observadora Briony, asistimos como espectadores al desarrollo de las relaciones familiares, a la explosión de sentimientos entre el joven Robbie y Cecilia, o a la particular y complicada relación que se establecerá entre los invitados que llegan a la casa a lo largo de ese verano.

Mc Ewan aprovecha la ocasión para atribuir intensas e interesantes reflexiones a una niña de 13 años, que se pregunta sobre las dificultades que entraña la percepción de las otras personas como sujetos con sentimientos, emociones y pensamientos complejos propios, en una especie de ejercicio avanzado sobre la empatía.

La narración empieza con ritmo lento, pero si le damos la oportunidad y pasamos página, encontramos a un narrador inteligente e interesante, incluso ágil, que elabora una historia bien construida y que aborda con maestría las relaciones humanas, confiriendo a sus personajes razonamientos que en numerosas ocasiones acaban absorbiéndote dentro de la historia.

La historia, por otra parte, se estructura en torno a cuatro partes diferenciadas.

En la primera, asistimos a la presentación y posterior ruptura de la apacible tranquilidad que parece respirarse en la casa familiar.

Ewan nos conduce a continuación a la Francia en guerra, viaje en el que acompañamos a un Robbie castigado y marcado por su experiencia y por los horrores de la contienda que trata desesperadamente de volver a casa para reunirse con Cecilia.

Durante la tercera parte conocemos a una Briony ya adolescente, triste, llena de remordimientos y dolida consigo misma, quién, tras comprender las consecuencias de lo que ha provocado con su comportamiento –la separación de Cecilia y Robbie, y el castigo de éste- , tratará por todos los medios de solucionarlo, siguiendo los pasos de su hermana mayor.

El libro cierra sus páginas con la Briony adulta, anciana ya, y aquejada de una enfermedad senil -pronta por arrebatarle la lucidez-, que realiza un acto de conciencia, rememorando los acontecimientos posteriores a aquel verano para completar su relato.

Existe una adaptación cinematográfica del libro con idéntico título en castellano - protagonizada por Keira Knightley y James McAvoy- , que no nos deja mal sabor de boca. Consigue mantenerse fiel a la mayoría del relato, adquiriendo forma a través de una buena adaptación que la convierte en una película interesante, e incluso por momentos, irresistible.

Por supuesto, no hay que perderse la famosa escena en la biblioteca... Tiene su morbo.

lunes, 10 de agosto de 2009

Revolutionary road


Aunque poco inspirada hoy, he decidido dejar una entrada por aquí sobre la última película digna de mención que he visto (en realidad he visto unas cuantas, como siempre, pero nada que merezca la pena en especial): Revolutionary road.

Esta película me inspiraba curiosidad y rechazo al mismo tiempo: curiosidad, porque Kate Winslet es una estupenda actriz que suele escoger bien sus proyectos (salvo contados patinazos), y rechazo, por el slogan con el que la "vendían" (Señoras y señores!!! Esta es la oportunidad perfecta para ver de nuevo a la pareja protagonista de Titanic en un intenso drama en la Norteamérica de los 50!).

Y con respecto a DiCaprio... Digamos que es un actor que va mereciendo mi respeto -y pareciéndome más interesante- con el paso de los años. ¿Le habéis visto en "Infiltrados"?

Con Revolutionary road asistimos a una historia de pareja que que podría haberse desarrollado en cualquier momento de los últimos setenta años...

Una pareja joven, inconformista, independiente y con ganas de comerse el mundo descubre que, tras siete años de matrimonio, han acabado por convertirse en aquello de lo que trataban de escapar. Él mantiene un trabajo que no le satisface, tiene una aventura y lleva una vida rutinaria y llena de conformismo.

Ella se ha convertido en una convencional madre y ama de casa que, un buen día, decide luchar por los sueños de cambio que quedaron atrás, en el camino, haciendo una arriesgada propuesta a su marido: empezar de cero una nueva vida, en un nuevo país.

A partir de ahí van surgiendo sueños, miedos y ataduras que harán que la historia tenga una desenlace relativamente inesperado... Y trágico.

Durante el metraje me llamó la atención el personaje del hijo de la representante inmobiliaria (Kathy Bates), un supuesto "enfermo mental" que será el único capaz de decirles la verdad en la cara. Y los hijos de la pareja, ausentes durante gran parte del metraje... Casi como si no existieran.

La Winslet, como siempre, estupenda. Di Caprio tampoco se queda atrás, haciendo que nos creamos a ese hombre joven, acomodado en una existencia gris y rutinaria que acaba sintiendo un miedo atroz ante la idea de dejarlo todo.

Interesante, para reflexionar sobre muchas cosas.

Y es que, como dice el personaje de Winslet, "Hace falta valor para llevar la vida que uno quiere"

">

jueves, 6 de agosto de 2009

La sombra del viento

.
Hacía un par de años que tenía interés por leerlo. Había oído toda clase de críticas sobre él, aunque siempre positivas, e incluso había llegado a regalarlo (no suelo regalar libros que no haya leído). Pero nunca encontraba el momento.

Hace tres semanas me decidí a abrirlo. Estábamos en Francia, y debía pasar largos ratos sentada, en la parte de atrás del coche -cuando no tenía que conducir-, así que había encontrado el momento perfecto.

Pensaba que sería un libro ameno, posiblemente interesante, aunque con seguridad sobrevalorado… Tal vez se trataba de uno de esos narradores ágiles que cuentan otra historia más de suspense, de las que te enganchan con su oratoria fácil y sus intrigas imposibles (aún recuerdo la decepción que experimenté con El código da Vinci).

Para mi sorpresa, abrí la primera página, y antes de que pudiera darme cuenta, estaba paseando entre las estanterías del cementerio de los libros olvidados.


Delicioso, sencillamente delicioso. Un autor que parece conocer a fondo las emociones humanas más básicas y que consigue llevarte a su terreno continuamente, haciéndote reír, llorar, experimentar miedo, curiosidad, desazón… Incluso todo al mismo tiempo.

No recuerdo haber llorado y reído sin pasar de página con ningún otro libro en años.

Zafón crea una galería de personajes entrañables (nuestro ingenuo y soñador protagonista, el oportuno y gracioso Martín Romero de Torres, la triste y hermosa Nuria Monfort… Y tantos otros) que se mueven con soltura entre lo que podría haber resultado un “folletín radiofónico” de la posguerra en manos de otro, con asesinatos, amores imposibles, padres implacables, asesinos sin escrúpulos, hijos secretos, fantasmas y rostros devorados por el fuelo que regresan de la oscuridad para vengarse…

Pero Zafón, si se lo permites, conecta con el corazón, con ese pedacito de alma en el que los adultos aún escondemos los sueños, transmitiéndote sencillez, humanidad, romanticismo de posguerra –nos conduce directamente en el tiempo hasta la Barcelona de los años 40-, y regalándote un buen rato de risas, y amor por los libros. Mucho amor por los libros.

Puede que no se trate de una obra maestra, pero no por ello deja de ser un libro para amantes de la lectura que se dejen embaucar por historias complicadas pero escritas de una forma llana, simple, y emotiva.

A mi, personalmente, me ha cautivado.

Chapó!

Para descargarse los dos primeros capítulos:

http://www.carlosruizzafon.com/capitulos.php

martes, 4 de agosto de 2009

Complicaciones...

Dejamos las cosas en el hotel y salimos para dar un paseo y conocer la cercana abadía por la que aquel pueblecito era conocido en todo el país.

Durante la visita escuchamos los ensayos de una orquesta de cuerda que tocaba algunas partituras clásicas, desconocidas para nosotros. Aquel lugar parecía mágico, y sentí como el dulce sonido de los violines me envolvía y me transportaba a otra época. Todos estuvimos de acuerdo a la hora de decidir que el concierto, previsto para esa noche, valdría la pena.

Regresamos a nuestro pequeño hotel para cenar y cambiarnos de ropa, y volvimos hasta la abadía un rato antes de que comenzara. Durante el camino, cansada ya de esperar y con la certeza de que, de nuevo, evitarías hablar sobre el tema, decidí planteártelo.

Permanecimos a solas durante unos minutos, apoyados en un viejo muro, bajo la luz del atardecer, mientras los demás entraban para buscar un sitio privilegiado desde el que disfrutar de la música.

Te pregunté a bocajarro - ¿Por qué no me enviaste la carta…? Estuve esperando hasta el último momento.
-Porque cambié de opinión- Respondiste, con el cuerpo tenso por mi pregunta, pero la voz tranquila y controlada, como de costumbre.
- ¿Y por qué cambiaste de opinión?

Y de nuevo, vacilación, duda, y silencio por toda respuesta.

Creo que en aquel momento debí mirarte con los ojos rebosantes de tristeza y decepción, porque no consentiste en dejarme sola aunque te lo pidiera. Te miré durante unos segundos, que se hicieron eternos, observando llena de dolor la angustia que delataba tu garganta al tragar y tu respiración fuerte y agitada, presagio de que, sin lugar a dudas, no hablarías. Al menos en aquel momento.

Volví a pedirte que entraras para reunirte con nuestros amigos y me dejaras a solas. Estaba llena de rabia y necesitaba descargarla, pero no hubo forma de alejarte de mi. Aún ahora me pregunto por qué lo hiciste. ¿Te sentías culpable por que me estabas viendo sufrir? Quién sabe...

Finalmente entramos en la sala donde tenía lugar el concierto y nos sentamos. Inmediatamente, con la certeza de que no me seguirías, me alcé de mi asiento y salí fuera, buscando el aire que faltaba en mis pulmones.

Entré nuevamente antes de que comenzara el concierto, y tú, en tono casual, con una sonrisa, me dijiste –Una señora ha querido sentarse en tu asiento y le he dicho que estaba ocupado-.
-Ah, pues podías haberle dicho que se sentara. Igual así habrías tenido la oportunidad de conocer a alguien interesante, ¿no?- Respondí yo, con una sonrisa en la cara también amable, aunque irónica.
- ¿Por qué tienes que usar el sarcasmo de esa forma?-
-¿Sarcasmo? ¿Quién ha usado el sarcasmo? ¿Has buscado alguna vez lo que significa la palabra “sarcasmo” en el diccionario?

Me miraste con los ojos entrecerrados, claramente irritado, como nunca te había visto. No respondiste a mi pregunta.

-El sarcasmo es una burla cruel. ¿Quieres explicarme donde está la burla cruel en lo que te he dicho? Porque si de verdad es así yo no lo veo- (ni la veía entonces, ni la veo ahora. Yo sentí que hablaba con ironía y con amargura, no con sarcasmo).

No me respondiste. La música empezó a sonar y permanecimos en silencio durante el resto de aquel magnifico concierto que logró emocionarme, a pesar de todo, a pesar de ti. Elegí mi castigo, aunque de forma no consciente, porque no te miré ni te dirigí la palabra hasta que llegó a su fin.

Al salir, decidiste permanecer rezagado, fotografiando las estrellas de un cielo abierto y espléndido como no veíamos desde hacia años. Llegamos al hotel y yo me quedé un rato a solas, junto al río que rodeaba aquel apacible pueblecito, percibiendo apenas el suave movimiento del agua que me engañaba con su aparente quietud, en la oscuridad de la noche.

Cuando subí a la habitación descubrí que habías apagado la luz, dispuesto a zanjar el tema con un largo sueño.

Juro que lo intenté. Me mordí la lengua con todas mis fuerzas, y me giré dispuesta a dormir en un ángulo de la cama. Pero después de un largo rato, de nuevo, mi impulsividad me llevó a hablar… Repentinamente, sin pensarlo, me incorporé bruscamente en la cama, llena de rabia, y exclamé:

- Esta vez no me da la gana de que vuelvas a salirte con la tuya. Me debes una explicación.

Primero me dijiste que no habías sido totalmente honesto conmigo. Yo te dije que todo había quedado claro, pero tuviste que insistir, para luego no explicarme nada. Cuando me dijiste que habías pensado en escribir una carta pensé que era una idea estupenda, aunque no le di demasiado crédito. Hasta que me dijiste que la estabas escribiendo. Entonces pensé: ¿será posible que de verdad sea capaz de hacer este gran esfuerzo por mí y enviármela? Cuando me enviaste aquel mensaje diciéndome que estaba terminada, y que me la harías llegar antes de que nos viéramos, comencé a creerlo de verdad. Estuve tranquila durante los primeros días, hasta que se acercó el momento de tu partida y fui consciente de que al final volverías a fallarme. –
- ¿Por qué eres tan dura conmigo?- Exclamaste, interrumpiendo mi intenso discurso.
- ¿Y tú no lo has sido conmigo? ¿Puedes imaginar ni siquiera de lejos la desilusión y la tristeza tan profunda que sentí cuando me di cuenta de que te habías marchado y no me la habías enviado? ¿Puedes siquiera imaginar lo mucho que lloré? (En aquel momento noté como tu rostro se contraía levemente a través de la penumbra que envolvía la habitación) Y te juro que no esperaba nada del contenido, no pensaba que fuese nada realmente importante. No esperaba nada de ti como hombre en esta ocasión, me fallaste como persona y como amigo.
- ¿Pero por qué eres tan dura conmigo?- De nuevo, la misma pregunta –Si no esperabas nada, porqué actúas así?-
- Porque me lo habías prometido, porque lloré como una niña, porque confié en tu palabra, porque me daba igual lo que sea que tuvieras que decirme… Me lo habías prometido y me hiciste sufrir.
–Has dicho que el contenido no era importante, y de todas formas no respondía a todas tus preguntas. ¿Qué importancia tiene ahora todo lo demás que hubiera escrito en ella?-.


Respiré hondo y logré mantenerme serena, a pesar de que tu respuesta me parecía absurda.

- ¿Mattia, alguna vez has probado a ponerte en mi lugar, has pensado como podría sentirme yo?-
- Siempre lo hago, con todos-
- Pues entonces prefiero pensar que no me conoces tan bien como crees, ¿sabes?. Lo prefiero a pensar que eras consciente de que me estabas haciendo daño, y a que a pesar de ello, te dio igual-.

Permaneciste callado durante un rato, y yo decidí callarme también, tras haber soltado toda la tristeza y la amargura que llevaba dentro.
Durante la siguiente interminable hora volvió a comenzar la peculiar coreografía de respiraciones, silencio y dolor físico que muestras cuando tratas de decirme algo que consideras importante, algo que pueda mostrarte frágil.
Yo ya había conseguido recuperar el control, y estaba dispuesta a conciliar el sueño tras decidir otorgarte el margen que mi cansancio fuese capaz de soportar, así que cerré los labios y los ojos y callé.
Cogiste mis manos con fuerza, tan cerca de mí que dolía, y apoyaste el rostro, los labios y tu pelo en ellas mil veces, tocándolas una y otra vez. Parecías observar mis dedos en la oscuridad, acariciándolos sin descanso, girándote otras tantas veces entre los pliegues de mi cuerpo encogido, como un niño pequeño que buscara cobijarse en él.
Cuando la calma y el sueño empezaban a invadirme llegó la sorpresa. La voz salió desde tu garganta clara, neutra y profunda, cuando ya no la esperaba, aunque denotando ese control tan claro, que cada vez voy odiando más en ti:

- En varias ocasiones he pensado que lo que sentía por ti iba más allá de la amistad (Jamás serías capaz de reconocer más de eso, ahora lo sé, estás muerto de miedo). Pero a veces eres demasiado distante… (silencio)… A veces percibo demasiada amargura en ti (¿dios, no la voy a sentir a tu lado?). Una vez conocí a una persona como tú… (No le dejé continuar, porque en ese momento rompí a llorar con el alma asomada en mis ojos).
Eres demasiado complicada… (silencio)… Y te gusta hablar demasiado sobre las cosas… (silencio)… Y hay demasiada gente. (Mil veces me habré arrepentido por no preguntarle sobre esta última frase. Pero, llena de cobardía, no fui capaz de decir o preguntar nada al respecto).
Podrías encontrar a una persona que no te haga sufrir, una persona con la que te sientas bien, a la que no le disguste hablar…-

Por fín habías reconocido, aunque con condiciones, que sentías algo por mi, pero acto seguido habías dejado, más claras aún, todas aquellas razones por las que no debías estar conmigo.

Durante la siguiente media hora lloré sin descanso, con la sien apoyada en tu pecho, notando como mis lágrimas cálidas, que fluían sin detenerse, caían una a una sobre tu piel. Pero no podía parar. Sentía que, de nuevo, te había dado la razón, y que yo sola, con la tristeza, la decepción y la amargura que tantas veces te he mostrado había logrado que sintieras miedo de rendirte ante mí. Sentía que decías la verdad y que yo, con todas esas verdades como puños que estabas dejando salir, había conseguido alejarte de mí. Y tú lograste decirlo sin asomo de ironía o de sarcasmo, aunque percibiera en ello un intento de darme demasiadas razones, tal vez más de las necesarias.

Y jóder, como dolió escucharte…

Me mantuviste abrazada, con fuerza, acariciándome el pelo sin descanso, sin darme tregua. Cuando fui capaz de detener el llanto respiré hondo y te dije:

-Yo no soy así… No soy así con nadie, solo contigo. Es cierto que puedo parecerte complicada, pero no soy distante, jamás lo he sido y no lo soy. Cada minuto que he pasado aparentando ignorarte era un minuto en el que te convertía en el centro de todos mis sentidos. Sufría tanto pensando que no sentías nada por mí, que mi intuición me engañaba...–

Permaneciste callado, atento a mis palabras, mientras la embriaguez y la calma producto del llanto me llevaban a decirte de nuevo todo lo que me gustaba de ti, tal vez en un intento de mostrarte que la verdadera mAlice, detrás de la máscara con la que decidió protegerse de ti, ha sido siempre todo lo dulce y tierna que tú has visto tantas otras veces.

Porque si no la hubieras visto, no estaríamos aquí.

Nunca llegaré a saber si también tú lloraste en silencio en la oscuridad de aquella habitación. Pero lo que si sé con certeza, es que me abrazaste y me acariciaste con ternura y con amor, a pesar de mi rabia. Tal vez con demasiado amor…

Pero es que también tú eres demasiado complicado.

lunes, 3 de agosto de 2009

Sobre como no dormir por las noches


Llevábamos casi seis días de viaje cuando tú te incorporaste. Habíamos quedado en la estación de tren de Carcassonne, ciudad en la que habíamos decidido detenernos durante un par de noches.

Recuerdo con nitidez el momento en el que nos acercábamos a ti, mientras tú permanecías sentado, pendiente de vernos aparecer por algún otro punto que, por azar, parecías haber elegido. Yo me sentía aún dolida y enfadada por la maldita carta que habías decidido no enviarme antes de partir hacia Berlín, así que elegí permanecer atrás, a cierta distancia de mis amigos,y llegar en último lugar hasta tí. Te besé en la cara con cortesía, fingiendo una indiferencia que no era real, mientras me esforzaba en bromear como si nada hubiera pasado. Decidí dejar que mis amigos dirigieran la conversación y te preguntaran por tu viaje, aunque en el fondo me moría por saber todo lo que habías hecho, y por ver tus fotos.

En el coche, camino del hotel, con tu habitual "desparpajo", y sin ceremonias(que le vamos a hacer, si no hay imaginación para dar un regalo, no la hay) sacaste unos regalos que habías traído de Berlín (aunque se que, a tu manera, con toda la ilusión que eres capaz de mostrar), y yo hice un esfuerzo enorme para modular una gran sonrisa con mis labios (porque mis ojos seguramente no engañaban a nadie) y darte las gracias.

Llegamos al hotel -una antigua abadía reconvertida en parador, un pequeño lujo autoconcedido para una sola noche-, y comprobamos al mostrárnosla que, en lugar de una habitación doble (mi amiga se había encargado de hacer las reservas y me había dejado muy claro que había pedido para nosotros dos siempre una doble. La pobre está un poco harta de verme pasarlo mal y decidió por mi)nos entregaban una de matrimonio. A pesar de sus esfuerzos por lograr que nos dieran otra habitación, acabamos durmiendo en esa. Tú dijiste con claridad que la preferías a la segunda opción que nos enseñaron (la habitación era más elegante, en efecto. Y era de matrimonio, no?), y yo me dejé llevar, diciendo que no había ningún problema... No lo pude evitar. A pesar de estar realmente dolida contigo, deseaba tenerte cerca.

Fue una noche larga, aunque no sucediera nada. Yo estaba nerviosa -más de lo que habría pensado-, y no paré de dar vueltas en la enorme cama hasta casi el alba. Era dolorosamente consciente de tu presencia, de tu cercanía, pero al mismo tiempo trataba de resistirme con todas mis fuerzas. Cuando quedaban un par de horas para la hora de levantarse, sin pensarlo, actúe de forma impulsiva y me acerqué a ti.

Sé que tampoco tú dormiste demasiado a lo largo de esa noche, ni durante las siguientes. Tu respiración y sus movimientos, que tan bien conozco, te delatan sin remedio cuando estás despierto y atento a mi, en la cama.

Antes de que me diera cuenta estábamos abrazados y tú me estabas acariciando el pelo, la espalda y la suave curvatura que rodea mi costado una y otra vez, como nunca antes lo habías hecho. Fueron dos horas de dicha infinita, de ternura, de deseo contenido -aunque no como otras veces- porque he aprendido a no esperar más de ti, salvo disfrutar de tus caricias y de tu abrazo con el alma blanca y pura, como la de una niña que descubre el amor y no sabe aún nada del sexo.

El día siguiente fue, por llamarlo de alguna manera, neutral. Yo busqué poner toda la distancia posible entre nosotros, intentando siempre comportarme contigo con cortesía. A pesar de ello, sé que en ocasiones te mostré una indiferencia que llegaba a ser cruel. Y de esta forma, conseguí alejarte poco a poco de mi, logrando que buscaras un hueco con mis amigos y me dejaras atrás cuando caminábamos...

Y llegó la segunda noche. Nuevo hotel (horrible, en esta ocasión), ésta vez con camas dobles, y mi decepción contigo, que iba en aumento. Actuabas como si no hubiera pasado nada, como si no me hubieras decepcionado profundamente, como si solamente yo tuviera el problema. Y ciertamente, en el fondo, de eso se trata. De que solamente yo veía el maldito problema...

Esa noche empezó como una noche fría, a distancia. Cada uno se quedó en su cama, pero yo te notaba cerca, con el cuerpo girado hacia mi, como haces siempre que de alguna forma quieres buscarme. Al final, y de nuevo sin saber como, acabamos cogidos de la mano, sin que me soltaras hasta que llegó la hora de levantarse.

Al reunirnos con nuestros amigos actuábamos como si no pasara nada entre nosotros. A lo largo de ese día yo conseguí relajarme un poco, tal vez en parte porque noté que hacías un esfuerzo por acercarte a mi y me acariciabas con mucha frecuencia. Fue un día para reír, para sentirte cerca y para soltar parte de la rabia que llevaba dentro.

Y tal vez por eso, me confíe demasiado.

Llegamos a nuestro nuevo destino, y descubrimos una habitación encantadora... Y de nuevo, con cama grande. Otra vez tocaría noche sin dormir, aunque en esta ocasión sería por otras razones.