jueves, 11 de junio de 2009

Buenas noches...


15:00 p.m.

Comimos algo. Más Mattia que yo, porque me sentía aún desganada, hasta el punto de que hacía un par de días que había perdido el apetito (¿no es de extrañar, verdad?).

Durante el rato del "almuerzo" yo aproveché para lanzarle de nuevo otra pregunta para la que necesitaba respuesta:

- ¿Porqué te sentías triste ayer por la mañana?

No respondió. Tragó saliva y bajó la mirada. Repentinamente, dos lágrimas resbalaron por sus mejillas, mientras permanecía en el más absoluto silencio. En ese momento sentí que la rabia que me quedaba almacenada escapaba por los poros de mi piel y me acerqué a él para acariciarle con dulzura el rostro, sintiéndome tristemente soprendida.

- ¿Qué te pasa...? ¿Porqué lloras?

Mattia continuó sin responderme, mientras otro par de lágrimas nuevas atravesaban su cara. Se levantó con suavidad y fue a buscar un pañuelo con el que secarse el rostro.

Decicí que, fuese lo que fuese aquello que había provocado esas lágrimas de dolor era demasiado duro, así que no quise insistir más.

Preparamos las maletas para salir. No habíamos dormido una sola hora y lo que aún quedaba del día prometía ser largo.

16:30 p.m.


Partimos de viaje. Yo conducía, como de costumbre, pero a pesar del cansancio y de la falta de sueño me mantuve asombrosamente despierta.

Cuando tuve claro que Mattia estaba más tranquilo comencé a hablar con él. En ésta ocasión decidí dejar cierta dulzura a un lado y ser clara y honesta. Le dije que lo que sentía por él se iba apagando como una llama en mi interior, y que dentro de poco no quedaría nada por mantener encendido. También le dije cuanto le había deseado aquella noche, y, decidiendo ser tremendamente sincera, le "aclaré" que también las mujeres podemos llegar a sentir dolor físico por el deseo no satisfecho, tal y como me había sucedido en esa ocasión. Aproveché para bromear un poco con el tema, pidiéndole que me recordara como se decía "ovarios" en italiano... Y de nuevo, sin que yo me lo esperara, un par de lágrimas resbalaron por su cara, dejándome de nuevo sorprendida, triste y confusa.

- ¡¿Qué te pasa...?! (Pregunté)

No respondió. Se enjugó la triste humedad de su cara con la mano y yo bromeé, con una sonrisa tierna en la cara, diciéndole:

- Menos mal que solo te pedí que me recordaras como se dice "ovarios" en italiano y no te pregunté por "esternocleidomastoideo"!

Mattia me respondió con otra sonrisa, y pareció recuperar un poco la compostura. Continuamos charlando durante un rato (más él que yo, claro...), hasta que, viendo que yo trataba de acomodarme infructuosamente en el asiento a causa del fuerte dolor de espalda que tenía, preguntó si deseaba ir esa noche a los baños árabes para relajarme y dejar que me dieran un buen masaje.

Yo me quedé un poco sorprendida, y respondí -no sin cierta ironía, tan sutil que él no captó-:

- Si me invitas tú...
- Claro que si
(respondió sin titubear).
- Bueno, pues luego lo vemos cuando lleguemos a X, seguramente haya algún baño allí.

Durante el resto del viaje charlamos, y yo le pregunté más cosas. Para unas pocas obtuve respuesta (en su mayoría vagas, concisas), aunque también fui capaz de dejar tiempo para hablar sobre asuntos más superficiales y divertidos.

19:30 p.m.

Llegamos al hotel, y al subir hasta la habitación nos dimos cuenta de que no nos habían dado la tarjeta para entrar. Cuando bajé, el recepcionista me dijo:

- No se preocupe, un compañero ha subido ya, le habrá entregado la tarjeta a su marido.


Al oír aquello no supe si reirme, contestar dando una explicación o callarme. Finalmente opté por sonreir con amabilidad y no decir nada, aunque aquel simple comentario me pareciera absurdamente irónico y cruel. ¿Para qué hablar o aclarar nada?

Llegué a la habitación, y al entrar me encontré a Mattia esperándome en el pasillo, obligándome a pasar de lado para no rozarle... Solté la bolsa de viaje en el suelo y comprobé que en esta ocasión nos habían dado dos camas individuales, separadas, en lugar de una cama de matrimonio, como había sucedido casi siempre. Tuve la sensación de que Mattia se sentía un poco decepcionado al verlas... Pero tal vez fue solo eso, una sensación. ¡Quién sabe! Una parte de mi también lo sintió así, pero otra, tal vez en ésta ocasión un poquito más grande, experimento alivio.

Nos tumbamos cada uno en nuestra cama, y tras descansar unos minutos saqué la energía necesaria para llamar al número de los baños que nos habían dado en recepción. Había solo puesto para los baños, pero no para el masaje, y era bastante caro, así que finalmente decidimos no hacerlo.

Descansamos durante un rato y salimos para dar una vuelta y cenar. Estuvimos caminando durante un rato, relajados, recorriendo rincones de aquella ciudad que visitábamos juntos por segunda vez. Me pareció aún más bonita que la primera.

Descubrimos algunos rincones encantadores, y finalmente decidimos parar en un restaurante libanés para cenar. Yo seguía sin tener hambre y dejé casi toda la comida sin probar.

A pesar de todo, la velada fue realmente agradable. Durante la cena yo volví a sincerarme de nuevo y le conté una parte de mi vida que no conocía. Una parte dura, triste y digna del olvido que, a pesar de todo me niego a olvidar, y que jamás había sido capaz de compartir en su totalidad con él. Mattia solo conocía un pequeño fragmento, así que también él tuvo la oportunidad de compartir un poco de mi tristeza aquel día.

Tal vez algún día os hable sobre ello.

Hablé también sobre mi relación con Fabio, sobre lo que me unía a él y sobre lo que me alejaba. Y por primera vez, mientras hablaba con él, fui consciente de cosas que no había visto en todos estos años. Vi con claridad que ambos eran dos mitades complementarias, y que Mattia, de muchas formas, me daba todo lo que Fabio no podía ofrecerme. Siempre pensé que era al contrario; que Mattia me volvía loca pero que era mi pareja la que me lo ofrecía casi todo. Pero en aquel momento abrí los ojos y pude apreciar todo lo que comparto con mi querido romano... Y así se lo dije.

Terminamos de cenar y salimos en busca de una encantandora tetería que habíamos encontrado. Allí nos quedamos durante un par de horas, esperando a que llegara la hora de salir para tomar una copa, durante otro rato que resultó absolutamente encantador, sin rastro de historias tristes, preguntas o reproches.

La música era estupenda, y una canción, en particular, me gustó mucho,y también a él. Se trataba de una versión de una canción muy comercial que ambos conocíamos, y que intentaré dejaros por aquí cuando pueda. Me pareció tremendamente sensual.

Al salir de allí nos fuimos a tomar algo, y acabamos en un par de locales, hasta avanzada la noche. Esa es una de las cosas que tanto nos gusta compartir: a ambos nos encanta salir de noche, nos gusta la misma música, amamos bailar... Pero esta vez, aunque relajada, decidí guardar la distancia y no respondí -tratando de actuar con naturalidad- cuando me tocaba.

Disfruté lo que pude de su compañía sin plantearme demasiadas cosas, y, llegada cierta hora, ambos decidimos de mutuo acuerdo regresar al hotel. Pasé todo el camino de vuelta apartándome sutilmente de su lado, para evitar que me abrazara (como habría hecho, al igual que tantas otras veces). La situación llegó a ser tan absurda que llegamos a cambiar de acera porque él se iba desplazando ligeramente mientras me seguía... Pero no permití que se acercara lo suficiente como para tocarme. No quería.

Al llegar me lavé los dientes, y al salir del baño me encontré a Mattia casi vuelto de espaldas, tan solo cubierto por sus slips, semibajados, dejándome ver parte de su culo y del suave ángulo de su cadera. En aquel momento me pareció cruel que me dejara verle así, y pensé que, probablemente, era premeditado. No podía ser tan imbécil, después de dejarme a medias, de hacerlo sin darse cuenta, ¿no?...

Aparté la mirada de su cuerpo, aunque no sin cierta dificultad, y me dispuse a quitarme el vestido tratando de hacerlo rápidamente antes de que se girara. Pero no fue posible. Se giró justo a tiempo para mirarme mientras me lo quitaba y dejaba mis pechos al descubierto.

Me metí rápidamente en la cama, y en cuanto él entró en el baño, aproveché para dejar la habitación en semipenumbra. Cuando salió se acercó despacio a la suya y apagó la luz. Le di las buenas noches y no respondió (probablemente, un tanto desconcertado por mi frialdad, trató de resistirse a mi saludo,pero yo solo deseaba dormir en aquel momento), así que, pasados unos minutos, volví a decirlo, ésta vez con tono inquisitorio -como queriendo decir: ¿no me vas a contestar?-.

Finalmente me respondió. Yo me giré hacia el lado opuesto, y cuando quise darme cuenta, era de día.

Faltaban pocas horas para la despedida...

No hay comentarios: